domingo, febrero 06, 2011

Un libro que defiende la disciplina extrema con los niños suscita las iras en EE UU

¡Cuidado! La 'madre tigre' devora a sus hijos. Un libro que defiende la disciplina extrema con los niños suscita las iras en EE UU - Ni el exceso de permisividad ni demasiada rigidez funcionan. YOLANDA MONGE / J. A. AUNIÓN EL PAÍS - Sociedad - 06-02-2011
Le han llamado loca, monstruo e incluso ha recibido amenazas de muerte. En algunos programas de radio, los oyentes reclamaban que intervinieran las autoridades y que le quitaran la custodia de sus hijas. El tema de su libro se ha hecho recurrente en cenas, corrillos de café en oficinas y medios de comunicación de todo Estados Unidos y ha llegado, en mayor o menor medida, a buena parte de los países de Occidente.
Amy Chua ha calentado el frío invierno estadounidense con unas memorias -Himno de batalla de la madre tigre- sobre su creencia de que a los hijos hay que educarlos en una estricta disciplina que deja fuera cosas tan comunes y populares como que los niños se queden a dormir en casa de los amigos. Chua también considera que los pequeños no pueden ver la televisión, jugar en el ordenador o participar en las obras de teatro del colegio. Tampoco pueden tener notas inferiores al sobresaliente. Y deben tocar el piano o el violín. Cualquier otro instrumento no es una opción; solo el piano y el violín forjan carácter.
Casada con un norteamericano, Chua es hija de inmigrantes chinos nacida en EE UU y profesora de Derecho en la Universidad de Yale. En el libro, la autora defiende el estilo estricto de las "madres chinas" sobre el, según ella, excesivamente sobreprotector de las madres "occidentales".
¿Por qué se ha levantado tanta polémica con la revisión de una idea -la de la coerción y el autoritarismo como método educativo- tan antigua y, en la mayor parte de los países desarrollados, tan superada? Un claro factor parece ser la atracción de Occidente por Asia y, en especial, por China. "Existe hacia lo chino un imaginario paradójico: nos fascina y le tememos", dice el profesor de Psicología Social de la Universidad de Valencia José Vicente Esteve.
De hecho, algunos analistas han apuntado que, en el fondo, la causa del revuelo es el pánico de los estadounidenses a ser devorados por el gran gigante chino, no solo econ
ómicamente, sino 'también' en la educación. A esa idea ayuda el recientemente publicado informe PISA de la OCDE -un macroexamen de lectura, matemáticas y ciencias a los alumnos de 15 años de 65 países del mundo-, en el que los alumnos de Shangái y Corea del Sur han obtenido los mejores resultados, incluso por encima del paradigma europeo de educación de calidad: Finlandia. "Está claro que a raíz del último informe PISA vamos a vivir en los próximos años un cambio en el referente educativo", dice el presidente de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España, Juan Antonio Planas.
Pero quizá la clave de la gran polvareda levantada es que, a pesar de que la mayoría de los especialistas rechazan de plano sus recetas, quizá Chuan tenga parte de razón en sus críticas. "Se está viendo que una sociedad tan permisiva y sobreprotectora está generando personas inmaduras emocionalmente. Pero en educación los extremos nunca son buenos. Ni este tipo de educación espartana como el de la madre tigre ni la excesiva permisividad son buenos referentes", añade Planas.
"Ciertamente, en el modelo (hablando de generalidades) occidental, sobre todo el de algunos estereotipos norteamericanos, los adultos parecen exhibir una inseguridad y una ansiedad que efectivamente no es beneficiosa para la educación ni familiar ni escolar", señala la profesora de Psicología de la Universidad de Córdoba Rosario Ortega, que rechaza, en cualquier caso, las ideas de Chua, las cu
ales llega a calificar de "aberrantes" y como "una sarta de barbaridades".
El hecho es que David Brooks, columnista del diario The New York Time
s, escribía que son legión quienes ven a Amy Chua como "una amenaza para la sociedad" norteamericana. Y que la revista Time dedicó la portada de su último número de enero a Chua, la madre tigre que ruge sobre las consciencias de los padres norteamericanos que llevan décadas creyendo en las bondades de educar a sus hijos en la autoestima por encima de los logros.
"La práctica tenaz es crucial para conseguir la excelencia", explica Chua en su libro. "La repetición rutinaria está mal vista en EE UU", dice, "las familias occidentales se preocupan más por la autoestima de los niños que por su esfuerzo personal". Al sociólogo de la Universidad Complutense Mariano Fernández Enguita, esa idea es la que más le interesa del debate: ¿Es necesaria la autoestima para conseguir algo o hace falta conseguirlo para tener autoestima? "Probablemente sean las dos cosas, una relación circular, pero no cabe duda de que cierto pedagogismo occidental ha llevado las cosas al extremo", señala.
Para Chua existen las madres occidentales y las madres chinas. Una madre occidental le dirá a su hijo que ha hecho algo muy bien la primera vez que lo haga y el niño perderá todo interés por volver a repetirlo, según la autora. Una madre china sabe que nada resulta divertido hasta que "se domina". "Hay que trabajar duro", expone Chua. "Y los niños nunca quieren trabajar, por eso tenemos que decidir por ellos". Inteligente, con cierto sentido del humor, explica que su objetivo final no era caerles "bien" a sus hijas, sino hacer de ellas seres capaces de enfrentarse al mundo, competitivo y cruel como es.
El temor que expresa la profesora de Yale es el de que las generaciones posteriores a los padres chinos que hicieron el duro trabajo de emigrar y hacerse un hueco en la sociedad norteamericana se acomoden y acaben fracasando. Chua habla de fracaso material, no fracaso emocional, aunque reconoce en sus memorias que hubo un momento en que se dio cuenta de que si continuaba presionando a su hija pequeña de la manera en la que lo estaba haciendo la perdería. Lulu llegó a cortarse ella misma el pelo ante la negativa de su madre de llevarla a una peluquería porque lo que debía de hacer era practicar y practicar con el violín.
Fernández Enguita le quita importancia a la polémica generada por un texto que "tiene mucho de (auto)parodia", opina. "A lo largo del libro resulta difícil saber cuándo está orgullosa de su carácter de estricta gobernanta y cuándo se burla y se expone a sí misma como una exageración. Creo que es simplemente un alegato en defensa de que las estrictas madres chinas no quieren a sus hijos menos que las complacientes madres anglosajonas y de que hay otras maneras de educar que la que se ha impuesto en el discurso pedagógico, psicopedagógico y hasta popular en el occidente desarrollado", añade.
Pero tanto Esteve como Ortega insisten en advertir en contra de discursos como el de Chua. Ya que no solo se trata de lo bien o mal que cada uno vea sacrificar el bienestar o la felicidad de los hijos para asegurarles un futuro mejor, sino que, además, la eficacia de esos métodos para alcanzar esos objetivos también es muy cuestionable.
"El control, la presión y el castigo tienen efectos perversos porque no dejan la posibilidad de experimentar y gestionar por sí mismos áreas esenciales para una vida plena, satisfactoria y feliz. Además, generan resentimiento y no aseguran que cuando las condiciones de vigilancia no estén presentes, la conducta castigada no aparezca. Los niños aprenden a simular un comportamiento correcto para que el castigo no les alcance. Como el miedo y el conformismo no les permiten expresar sus intereses y necesidades, llegan a la madurez con carencias importantes que pueden arrastrarlos a la ansiedad y a la depresión o a estallidos violentos", asegura el profesor Esteve. "La educación requiere que los adultos próximos estén cerca de los niños, les den su apoyo y confianza, que crean en ellos, y dulcemente (no violentamente) sostengan sus criterios y su confianza en ellos", añade Ortega.
Chua estuvo presente en el último foro de Davos, algo que debe a la polémica suscitada por la publicación de su libro, agotado en casi todas las librerías de Washington. Allí tuvo un cara a cara con Larry Summers, hasta hace unos meses asesor económico de Barack Obama y hoy de vuelta en su cátedra en Harvard. Durante el encuentro -relatado por el diario The Wall Street Journal, que fue quien primero publicó el extracto del libro de Chua y abrió la caja de los truenos- Summers le dijo a Chua que quizá debería de reconsiderar su veneración por los logros académicos. "¿Quiénes son los dos estudiantes de Harvard que más han transformado el mundo en los últimos 25 años?", se preguntó Summers. "Porque ni Bill Gates [fundador de Microsoft] ni Mark Zuzkerberg acabaron sus estudios universitarios".

Las reglas. Una madre tigre no permite a sus hijos:
- Dormir fuera de casa.
- Asistir a fiestas.
- Participar en una obra de teatro del colegio.
- Protestar por no estar en una obra de teatro del colegio.
- Ver la televisión o jugar en el ordenador.
- Elegir sus propias actividades extracurriculares.
- Sacar una nota por debajo del sobresaliente (A).
- No ser el número uno en todas las asignaturas (excepto gimnasia y teatro).
- Tocar un instrumento que no sea el violín o el piano.
Asia prima la formación de sus escolares

TIGER MOTHER. MADRES QUE EDUCAN CON MÉTODOS EXTREMOS DE DISCIPLINA.

“La verdad acerca de las Tiger Moms” fue el titular de la publicación de TIME Magazine el día de hoy. El artículo refleja y habla acerca de Amy Chua, una madre de origen oriental columnista y autora de libros como “Battle Hymn of the Tiger Mother” y “Why Chinese Mothers are Superior“, describe acerca de las medidas extremadamente drásticas que las madres orientales llegan a practicar con el propósito que sus hijos crezcan preparados para el mundo actual al que se enfrentarán.

Amy Chua, profesora de leyes en Yale y autodenominada como “Tiger Mom”, es conocida por poner a practicar piano a la fuerza por horas a su hija Lulu de 7 años, negándole recesos para ir al baño o incluso tomar agua, hasta que esta aprendiera la pieza completa. O también solía llamar a su hija Sophia “basura” cuando ella solía portarse mal. La misma manera que su padre oriental solía llamarle cuando Chua era pequeña. Sin dejar por un lado la carta que Lulu le hizo a Chua para el día de la madre donde Chua mencionó únicamente “Yo quiero algo mejor que esto”, devolviéndola a Lulu para que ella hiciera “Algo que yo merezca, mejor que esto”.
Chua, quién recientemente lanzó el pasado 11 de enero “Battle Hymn of the Tiger Mother” describe las prácticas orientales que usan para educar a sus hijos, causando shock, conmoción y desacuerdo entre varias comunidades occidentales, siendo este el tema de conversación en cada guardería, colegio, supermercado… incluso para programas de TV donde ella presentaba su libro y la audiencia comentaba acerca de ella nombrándola como “monstruo”.
Ella comenta abiertamente que también los orientales se ven horrorizados acerca de la forma en que los occidentales educan a sus hijos, “viendo como desperdician su tiempo libre en redes sociales, juegos de computadora y otros, sabiendo que hay un mundo competitivo y duro allá afuera al cual se tienen que enfrentar” para nuevas formas de ser emprendedores y exitosos para el futuro, dijo Chua durante su entrevista para Today show.
La cuestión es saber hasta qué punto exigir lo mejor de nuestros hijos sin ser extremistas, bajo la premisa que ellos son quienes dominarán el mundo en los años venideros, quienes serán competitivos en esta carrera llamada “la vida real”. Será que las prácticas extremas de disciplina ayudan a que ellos sean constantes y perseverantes en seguir su camino? será que esto logra la excelencia laboral y cultural que muchos esperamos?.
Las diferencias culturales son abismales, en todo sentido, pero será esta la forma correcta de exigir lo mejor de nuestros hijos, al modo oriental? Qué piensas tú?
Por: Nancy Chang

Amy Chua recomienda el autoritarismo feroz como método de crianza

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El modo de educar ha cambiado mucho en tan solo una generación. De la educación autoritaria generalizada hace décadas (la que recibimos la mayoría de adultos de hoy en día) hemos pasado a una educación más democrática (la ideal) en la que los niños tienen voz y a veces también voto a la hora de decidir según qué cosas dentro de la familia y hemos pasado también a la educación permisiva (una caja de bombas que puede estallar en cualquier momento) en la que los niños pueden hacer lo que quieran, incluso cuando dejan de respetar a los demás.

A raíz de esto, diversos sectores de la educación piden abiertamente una vuelta a los orígenes para adoptar de nuevo un modelo autoritario con el que se consiga lo mismo que antaño: que los niños obedezcan y crezcan sumisos a los deseos de sus padres, sin molestar y sin rebelarse.

La última en sumarse a esta corriente es Amy Chua, una profesora de derecho de la Universidad de Yale que recientemente ha publicado un libro titulado Himno de batalla de la madre tigre en el que explica una teoría educativa que a mí personalmente me produce pavor (y terror), pero que para ella es superior a la utilizada en los Estados Unidos (ella es china nacida en EEUU). Como muestra y resumen de sus teorías, aquí tenéis 10 de las cosas que nunca permitió hacer a sus dos hijas:

  • Dormir fuera de casa.
  • Participar en juegos en red con otros niños.
  • Participar en una obra de teatro del colegio.
  • Protestar por no estar en una obra de teatro del colegio.
  • Ver la televisión o jugar en la computadora.
  • Elegir sus propias actividades extracurriculares.
  • Sacar una nota por debajo del sobresaliente (A).
  • No ser el número uno en todas las asignaturas (excepto gimnasia y teatro).
  • Tocar un instrumento que no sea el violín o el piano.
  • No tocar el violín o el piano.

La clave del éxito en China

Gracias a estas y otras normas tan estrictas los padres chinos consiguen que sus hijos sean muy superiores a los niños de otros países, ya que son niños con notas excelentes y prodigiosos en campos como las matemáticas o la música.

Según Chua, el 70% de las madres occidentales creen que el estrés de buscar el éxito académico no es bueno para los niños y que lo importante es tratar de que los niños vean que aprender es algo divertido. Las madres chinas, en cambio, creen que su hijo puede ser el mejor estudiante y que las buenas notas reflejan el éxito educativo de los padres. Dicho de otro modo, si un niño suspende o no consigue buenas notas es por culpa de los padres, que no han logrado educar bien a su hijo.

Citando un párrafo del libro de Amy Chua:

Lo que los padres chinos entienden es que nada es divertido hasta que uno lo hace bien. Para ser bueno en algo hay que trabajar y los niños por sí mismos nunca quieren trabajar, por eso es crucial ignorar sus preferencias. Esto frecuentemente requiere fortaleza de parte de los padres, porque el niño se resistirá; las cosas son siempre más difíciles al comienzo, que es cuando los padres occidentales tienden a rendirse. Pero, si está bien hecha, la estrategia china produce un círculo virtuoso. Práctica tenaz, práctica y práctica; eso es crucial para la excelencia; la repetición está subvaluada en los Estados Unidos. Cuando un chico empieza a ser bueno en algo (sea matemáticas, piano, batear o ballet) él o ella obtienen elogios, admiración y satisfacción. Esto construye su confianza y hace divertida una actividad que no lo era. Así se vuelve más fácil para los padres hacer que el niño trabaje aún más.

Siguiendo esto que comenta Amy decidió enseñar a su hija Louisa de 7 años a tocar el piano y se lo tomó como una batalla en la que no cedería a la pereza ni a la compasión. Como ejemplo explica que cuando la niña encontró dificultades con una pieza musical y tras una semana de ensayo no lograba realizarla adecuadamente, la amenazó con regalar sus juguetes al Ejército de Salvación si no lo conseguía al día siguiente. La niña no lo consiguió (y desconozco si llevó a cabo su amenaza). Entonces recurrió a amenazarla sin almuerzo ni cena, sin regalos de Navidad, sin fiesta de cumpleaños y todo ello tras decirle que era una “haragana, cobarde, autoindulgente y patética”.

Según dice no son insultos, sino maneras de motivar. Se sentó con la niña y no la dejó levantarse ni para ir al baño. Después de diversos gritos y amenazas la niña consiguió completar la pieza sin fallos. Se sintió tan contenta por el logro que no la quiso dejar de tocar.

Esta experiencia hizo que la madre se sintiera convencida de que seguía el camino correcto a la hora de educar y por ello critica que los occidentales, por temor a afectar a la autoestima de nuestros hijos evitamos que descubran que son capaces de hacer cosas que no creen ser capaces de hacer.

Una de sus hijas se rebeló

Lo que para una de las niñas parecía ser un método infalible, pues se mostró dócil y (más o menos) receptiva, para la otra niña no. La hija pequeña se rebeló a las exigencias de su madre y ésta la definió como una niña desafiante desde su nacimiento con la que tuvo que luchar para doblegarla.

Esta lucha no supuso ningún problema para la madre, ya que según explica la madre china no teme ser odiada por sus hijos, pues siente que ella sabe lo que es mejor para ellos y por eso no atiende a sus deseos.

Qué piensan de su libro en China

Amy Chua no sólo ha desatado polémica en EEUU, sino también, y esto es lo más curioso del asunto, en China, donde se está luchando por cambiar un modelo educativo que presiona excesivamente a los niños, causando estragos en la personalidad de algunos de ellos hasta el punto de llevarlos al suicidio.

Why Chinese Mothers Are Superior

Can a regimen of no playdates, no TV, no computer games and hours of music practice create happy kids? And what happens when they fight back? By AMY CHUA

A lot of people wonder how Chinese parents raise such stereotypically successful kids. They wonder what these parents do to produce so many math whizzes and music prodigies, what it's like inside the family, and whether they could do it too. Well, I can tell them, because I've done it. Here are some things my daughters, Sophia and Louisa, were never allowed to do:

• attend a sleepover
• have a playdate
• be in a school play
• complain about not being in a school play
• watch TV or play computer games
• choose their own extracurricular activities
• get any grade less than an A
• not be the No. 1 student in every subject except gym and drama
• play any instrument other than the piano or violin
• not play the piano or violin.
I'm using the term "Chinese mother" loosely. I know some Korean, Indian, Jamaican, Irish and Ghanaian parents who qualify too. Conversely, I know some mothers of Chinese heritage, almost always born in the West, who are not Chinese mothers, by choice or otherwise. I'm also using the term "Western parents" loosely. Western parents come in all varieties.
All the same, even when Western parents think they're being strict, they usually don't come close to being Chinese mothers. For example, my Western friends who consider themselves strict make their children practice their instruments 30 minutes every day. An hour at most. For a Chinese mother, the first hour is the easy part. It's hours two and three that get tough.
Despite our squeamishness about cultural stereotypes, there are tons of studies out there showing marked and quantifiable differences between Chinese and Westerners when it comes to parenting. In one study of 50 Western American mothers and 48 Chinese immigrant mothers, almost 70% of the Western mothers said either that "stressing academic success is not good for children" or that "parents need to foster the idea that learning is fun." By contrast, roughly 0% of the Chinese mothers felt the same way. Instead, the vast majority of the Chinese mothers said that they believe their children can be "the best" students, that "academic achievement reflects successful parenting," and that if children did not excel at school then there was "a problem" and parents "were not doing their job." Other studies indicate that compared to Western parents, Chinese parents spend approximately 10 times as long every day drilling academic activities with their children. By contrast, Western kids are more likely to participate in sports teams.
What Chinese parents understand is that nothing is fun until you're good at it. To get good at anything you have to work, and children on their own never want to work, which is why it is crucial to override their preferences. This often requires fortitude on the part of the parents because the child will resist; things are always hardest at the beginning, which is where Western parents tend to give up. But if done properly, the Chinese strategy produces a virtuous circle. Tenacious practice, practice, practice is crucial for excellence; rote repetition is underrated in America. Once a child starts to excel at something—whether it's math, piano, pitching or ballet—he or she gets praise, admiration and satisfaction. This builds confidence and makes the once not-fun activity fun. This in turn makes it easier for the parent to get the child to work even more.
Chinese parents can get away with things that Western parents can't. Once when I was young—maybe more than once—when I was extremely disrespectful to my mother, my father angrily called me "garbage" in our native Hokkien dialect. It worked really well. I felt terrible and deeply ashamed of what I had done. But it didn't damage my self-esteem or anything like that. I knew exactly how highly he thought of me. I didn't actually think I was worthless or feel like a piece of garbage.
As an adult, I once did the same thing to Sophia, calling her garbage in English when she acted extremely disrespectfully toward me. When I mentioned that I had done this at a dinner party, I was immediately ostracized. One guest named Marcy got so upset she broke down in tears and had to leave early. My friend Susan, the host, tried to rehabilitate me with the remaining guests.

The fact is that Chinese parents can do things that would seem unimaginable—even legally actionable—to Westerners. Chinese mothers can say to their daughters, "Hey fatty—lose some weight." By contrast, Western parents have to tiptoe around the issue, talking in terms of "health" and never ever mentioning the f-word, and their kids still end up in therapy for eating disorders and negative self-image. (I also once heard a Western father toast his adult daughter by calling her "beautiful and incredibly competent." She later told me that made her feel like garbage.)
Chinese parents can order their kids to get straight As. Western parents can only ask their kids to try their best. Chinese parents can say, "You're lazy. All your classmates are getting ahead of you." By contrast, Western parents have to struggle with their own conflicted feelings about achievement, and try to persuade themselves that they're not disappointed about how their kids turned out.
I've thought long and hard about how Chinese parents can get away with what they do. I think there are three big differences between the Chinese and Western parental mind-sets.
First, I've noticed that Western parents are extremely anxious about their children's self-esteem. They worry about how their children will feel if they fail at something, and they constantly try to reassure their children about how good they are notwithstanding a mediocre performance on a test or at a recital. In other words, Western parents are concerned about their children's psyches. Chinese parents aren't. They assume strength, not fragility, and as a result they behave very differently.
For example, if a child comes home with an A-minus on a test, a Western parent will most likely praise the child. The Chinese mother will gasp in horror and ask what went wrong. If the child comes home with a B on the test, some Western parents will still praise the child. Other Western parents will sit their child down and express disapproval, but they will be careful not to make their child feel inadequate or insecure, and they will not call their child "stupid," "worthless" or "a disgrace." Privately, the Western parents may worry that their child does not test well or have aptitude in the subject or that there is something wrong with the curriculum and possibly the whole school. If the child's grades do not improve, they may eventually schedule a meeting with the school principal to challenge the way the subject is being taught or to call into question the teacher's credentials.
If a Chinese child gets a B—which would never happen—there would first be a screaming, hair-tearing explosion. The devastated Chinese mother would then get dozens, maybe hundreds of practice tests and work through them with her child for as long as it takes to get the grade up to an A.
Chinese parents demand perfect grades because they believe that their child can get them. If their child doesn't get them, the Chinese parent assumes it's because the child didn't work hard enough. That's why the solution to substandard performance is always to excoriate, punish and shame the child. The Chinese parent believes that their child will be strong enough to take the shaming and to improve from it. (And when Chinese kids do excel, there is plenty of ego-inflating parental praise lavished in the privacy of the home.)
Second, Chinese parents believe that their kids owe them everything. The reason for this is a little unclear, but it's probably a combination of Confucian filial piety and the fact that the parents have sacrificed and done so much for their children. (And it's true that Chinese mothers get in the trenches, putting in long grueling hours personally tutoring, training, interrogating and spying on their kids.) Anyway, the understanding is that Chinese children must spend their lives repaying their parents by obeying them and making them proud.

By contrast, I don't think most Westerners have the same view of children being permanently indebted to their parents. My husband, Jed, actually has the opposite view. "Children don't choose their parents," he once said to me. "They don't even choose to be born. It's parents who foist life on their kids, so it's the parents' responsibility to provide for them. Kids don't owe their parents anything. Their duty will be to their own kids." This strikes me as a terrible deal for the Western parent.
Third, Chinese parents believe that they know what is best for their children and therefore override all of their children's own desires and preferences. That's why Chinese daughters can't have boyfriends in high school and why Chinese kids can't go to sleepaway camp. It's also why no Chinese kid would ever dare say to their mother, "I got a part in the school play! I'm Villager Number Six. I'll have to stay after school for rehearsal every day from 3:00 to 7:00, and I'll also need a ride on weekends." God help any Chinese kid who tried that one.
Don't get me wrong: It's not that Chinese parents don't care about their children. Just the opposite. They would give up anything for their children. It's just an entirely different parenting model.
Here's a story in favor of coercion, Chinese-style. Lulu was about 7, still playing two instruments, and working on a piano piece called "The Little White Donkey" by the French composer Jacques Ibert. The piece is really cute—you can just imagine a little donkey ambling along a country road with its master—but it's also incredibly difficult for young players because the two hands have to keep schizophrenically different rhythms.

Lulu couldn't do it. We worked on it nonstop for a week, drilling each of her hands separately, over and over. But whenever we tried putting the hands together, one always morphed into the other, and everything fell apart. Finally, the day before her lesson, Lulu announced in exasperation that she was giving up and stomped off.

"Get back to the piano now," I ordered.

"You can't make me."

"Oh yes, I can."

Back at the piano, Lulu made me pay. She punched, thrashed and kicked. She grabbed the music score and tore it to shreds. I taped the score back together and encased it in a plastic shield so that it could never be destroyed again. Then I hauled Lulu's dollhouse to the car and told her I'd donate it to the Salvation Army piece by piece if she didn't have "The Little White Donkey" perfect by the next day. When Lulu said, "I thought you were going to the Salvation Army, why are you still here?" I threatened her with no lunch, no dinner, no Christmas or Hanukkah presents, no birthday parties for two, three, four years. When she still kept playing it wrong, I told her she was purposely working herself into a frenzy because she was secretly afraid she couldn't do it. I told her to stop being lazy, cowardly, self-indulgent and pathetic.
Jed took me aside. He told me to stop insulting Lulu—which I wasn't even doing, I was just motivating her—and that he didn't think threatening Lulu was helpful. Also, he said, maybe Lulu really just couldn't do the technique—perhaps she didn't have the coordination yet—had I considered that possibility?

"You just don't believe in her," I accused.

"That's ridiculous," Jed said scornfully. "Of course I do."

"Sophia could play the piece when she was this age."

"But Lulu and Sophia are different people," Jed pointed out.

"Oh no, not this," I said, rolling my eyes. "Everyone is special in their special own way," I mimicked sarcastically. "Even losers are special in their own special way. Well don't worry, you don't have to lift a finger. I'm willing to put in as long as it takes, and I'm happy to be the one hated. And you can be the one they adore because you make them pancakes and take them to Yankees games."
I rolled up my sleeves and went back to Lulu. I used every weapon and tactic I could think of. We worked right through dinner into the night, and I wouldn't let Lulu get up, not for water, not even to go to the bathroom. The house became a war zone, and I lost my voice yelling, but still there seemed to be only negative progress, and even I began to have doubts.
Then, out of the blue, Lulu did it. Her hands suddenly came together—her right and left hands each doing their own imperturbable thing—just like that.
Lulu realized it the same time I did. I held my breath. She tried it tentatively again. Then she played it more confidently and faster, and still the rhythm held. A moment later, she was beaming.
"Mommy, look—it's easy!" After that, she wanted to play the piece over and over and wouldn't leave the piano. That night, she came to sleep in my bed, and we snuggled and hugged, cracking each other up. When she performed "The Little White Donkey" at a recital a few weeks later, parents came up to me and said, "What a perfect piece for Lulu—it's so spunky and so her."
Even Jed gave me credit for that one. Western parents worry a lot about their children's self-esteem. But as a parent, one of the worst things you can do for your child's self-esteem is to let them give up. On the flip side, there's nothing better for building confidence than learning you can do something you thought you couldn't.
There are all these new books out there portraying Asian mothers as scheming, callous, overdriven people indifferent to their kids' true interests. For their part, many Chinese secretly believe that they care more about their children and are willing to sacrifice much more for them than Westerners, who seem perfectly content to let their children turn out badly. I think it's a misunderstanding on both sides. All decent parents want to do what's best for their children. The Chinese just have a totally different idea of how to do that.
Western parents try to respect their children's individuality, encouraging them to pursue their true passions, supporting their choices, and providing positive reinforcement and a nurturing environment. By contrast, the Chinese believe that the best way to protect their children is by preparing them for the future, letting them see what they're capable of, and arming them with skills, work habits and inner confidence that no one can ever take away.
—Amy Chua is a professor at Yale Law School and author of "Day of Empire" and "World on Fire: How Exporting Free Market Democracy Breeds Ethnic Hatred and Global Instability." This essay is excerpted from "Battle Hymn of the Tiger Mother" by Amy Chua, to be published Tuesday by the Penguin Press, a member of Penguin Group (USA) Inc. Copyright © 2011 by Amy Chua.

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