sábado, junio 05, 2010

El Valle de Franco. Franco gastó 226 millones en honrar a sus caídos

El Valle de Franco. JULIÁN CASANOVA EL PAÍS - Opinión - 20-11-2007
Ideado por el dictador para inmortalizar su victoria en la Guerra Civil y honrar a los muertos de su bando, el Valle de los Caídos debe convertirse, a medio siglo de su inauguración, en lugar de la memoria de todos

El 1 de abril de 1940, el general Francisco Franco presidió en Madrid el desfile de la Victoria que celebraba el primer aniversario de su triunfo en la Guerra de Liberación Nacional. Después de un almuerzo de gala en el Palacio de Oriente, el Caudillo llevó a un selecto grupo de invitados a una finca situada en la vertiente de la Sierra del Guadarrama, conocida con el nombre de Cuelgamuros, en el término de El Escorial. En la comitiva figuraban, entre otras autoridades, los embajadores de la Alemania nazi y de la Italia fascista, los generales Varela, Moscardó y Millán Astray, los falangistas Sánchez Mazas y Serrano Suñer y Pedro Muguruza, director general de Arquitectura. Franco les explicó allí su proyecto de construir un monumento, "el templo grandioso de nuestros muertos, en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria". Así comenzó la historia del Valle de los Caídos.
Dos días después, Pedro Muguruza, la persona encargada de poner en marcha el proyecto, declaró que Franco tenía "vehementes deseos" de que las obras de la cripta estuvieran acabadas en un año y el resto de las edificaciones en el transcurso de cinco. En realidad, el sueño del invicto Caudillo, convertido en pesadilla de muchos, tardó diecinueve años en realizarse. El Valle de los Caídos fue inaugurado el 1 de abril de 1959, vigésimo aniversario de la Victoria. En esas casi dos décadas de construcción, trabajaron en total unos veinte mil hombres, muchos de ellos, sobre todo hasta 1950, "rojos" cautivos de guerra y prisioneros políticos, explotados por las empresas que obtuvieron las diferentes contratas de construcción, Banús, Agromán y Huarte. Pero poco importaba eso. Aquel era un lugar grandioso, para desafiar "al tiempo y al olvido", homenaje al sacrificio de "los héroes y mártires de la Cruzada".
El primer héroe y mártir al que trasladaron allí fue José Antonio Primo de Rivera, el más insigne de los fusilados por los "rojos". Sus restos reposaban en el monasterio del Escorial desde finales de noviembre de 1939, cuando un cortejo de falangistas los trasladaron a pie desde Alicante. Allí estuvo el dirigente fascista dos décadas, tratado con los honores de rey, inextricablemente unido al glorioso pasado imperial español.
El 7 de marzo de 1959, a punto ya de inaugurarse el Valle de los Caídos, Franco escribió a Pilar y Miguel Primo de Rivera para ofrecerles la nueva basílica "como el lugar más adecuado para que en ella reciban sepultura los restos de vuestro hermano José Antonio, en el lugar preferente que le corresponde entre nuestros gloriosos Caídos". En la mañana del 30 de marzo, miembros de la Vieja Guardia de Falange y de la Guardia de Franco se turnaron en el traslado del féretro desde El Escorial al Valle de los Caídos. Lo depositaron al pie del altar mayor de la cripta, bajo una losa de granito con la inscripción "José Antonio". Era el lugar para su "eterno reposo", como lo tituló el reportaje del No-Do.
Ha pasado casi medio siglo desde la inauguración oficial de ese monumento y la historia de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco continúa persiguiendo nuestro presente. Estamos en tiempos de recuerdo y de reinterpretaciones, opiniones infundadas y discusión pública. Qué hacer con el Valle de los Caídos, se preguntan muchos. Tras realizar una minuciosa investigación sobre esa historia, visité hace unos días la Santa Cruz del Valle de los Caídos, en una mañana fría y soleada, para contrastar mi información con la que allí podía obtener.
Lo primero que constaté es que, efectivamente, el monumento ha desafiado al tiempo y al olvido. En la información que se ofrece al turista a la entrada puede leerse que fue construido "por iniciativa del anterior jefe del Estado, Francisco Franco, como símbolo de paz y como última morada de las miles de víctimas de la Guerra Civil Española (1936-1939)". En la guía que adquirí en la tienda de recuerdos, publicada por el Patrimonio Nacional en 2007, se insiste en esa idea: es un Monumento Nacional a los Caídos durante la Guerra Civil y a Franco se le presenta siempre como "el anterior jefe del Estado".
Los restos de esos miles de víctimas de la Guerra Civil están depositados, según puede leerse, tras los muros de las seis capillas situadas en la gran nave de la cripta y en las dos capillas que se encuentran en los brazos laterales del crucero. La inscripción que consta en una de estas dos últimas, en la capilla del Sepulcro, resulta menos ambigua: "Caídos por Dios y por España 1936-1939. RIP".
Durante los últimos meses de 1958 y los primeros de 1959 llegaron al Valle de los Caídos los huesos de miles de personas enterradas en los cementerios madrileños de Carabanchel y de la Almudena y en fosas comunes de otros cementerios de provincias. Los monjes benedictinos, a quienes se les había otorgado el cuidado de la abadía, recibían las arcas con los huesos y anotaban las referencias que constaban de esos muertos. Su número exacto e identidad es un secreto. Daniel Sueiro, en la investigación más detallada que existe sobre la historia del Valle de los Caídos, publicada en diciembre de 1976, escribe que a comienzos de 1959 habían sido enterrados bajo esa cripta "unos veinte mil fallecidos en la pasada guerra", que pudieron llegar a setenta mil a finales de la dictadura.
Quise ver esos libros de registro de entrada de los "caídos" y me dirigí a la biblioteca del Centro de Estudios Sociales, situada en la Hospedería, en la explanada posterior del monumento. Un conserje me indicó que no había allí ninguna biblioteca y, como insistí y le recordé que estábamos en un recinto custodiado por el Patrimonio Nacional, me dijo que tenía que ir a hablar con los monjes benedictinos. Pregunté en la abadía por el bibliotecario, quien, tras una breve conversación sobre los fondos disponibles, me acompañó a la Hospedería y le pidió la llave de la biblioteca al conserje. La biblioteca, que contiene miles de libros de historia y sociología, huele a cerrado y abandono. Pregunté por los libros de registro y el bibliotecario, señalándome el armario, me dijo que estaba cerrado, que no tenía la llave, que no se sabía el número exacto de inscritos porque nadie había hecho el recuento, que muchos de los registrados aparecían sin identidad y que, en cualquier caso, había otros libros, que él tampoco sabía dónde estaban, que podrían arrojar luz a la investigación. "Debería usted hablar con el abad, pero no se encuentra hoy en la abadía", dijo.
Abandoné el recinto y de regreso a Madrid, con la cruz todavía visible en lo alto del risco de la Nava, pensé en qué hacer con el Valle de los Caídos. Dejarlo como un lugar de memoria y enseñarles a quienes lo quieran oír o leer que los restos del general que lo mandó construir reposan allí desde el 23 de noviembre de 1975, como él había previsto y soñado, bajo una losa de granito, detrás del altar mayor de la cripta, enfrente de la tumba de José Antonio. Franco ideó el monumento, y así se hizo, para inmortalizar su victoria en la Guerra Civil y honrar sólo a los muertos de su bando, aunque se montara después la farsa de trasladar también allí los restos de algunos "rojos" muertos o asesinados durante esa guerra.
También les enseñaría que, acabada ya la guerra, mientras se construyó ese monumento, "símbolo de paz", Franco presidió una dictadura que ejecutó a no menos de cincuenta mil personas y dejó morir en las cárceles a varios miles más de hambre y enfermedad, convirtiendo a la violencia en una parte integral de la formación de su Estado. Y recordaría, en el recinto ideal para recordarlo, que la Iglesia Católica, recuperados sus privilegios y su monopolio religioso tras la guerra, se mostró gozosa, inquisitorial, omnipresente y todopoderosa al lado de su Caudillo. Eso representa el Valle de los Caídos, la espada y la cruz unidas por el pacto de sangre forjado en la guerra y consolidado por los largos años de victoria.

Franco gastó 226 millones en honrar a sus caídos. El régimen organizó la exhumación sólo de los muertos de su bando en la década de 1950. El Gobierno dispuso de fondos públicos ilimitados para trasladar cuerpos a Cuelgamuros PÚBLICO MADRID 19/11/2009 05:45 Actualizado: 19/11/2009
foto: Francisco Franco y su cúpula el 1 de abril de 1959, fecha de inauguración del Valle de los Caídos.EFE
Franco ni perdonó ni olvidó. Los mapas de fosas elaborados por los gobernadores civiles en la década de 1950, a los que ha tenido acceso Público, reflejan la exhaustividad de un régimen que buscó a cada caído franquista para su traslado al Monumento de los Caídos, sin reparar en las víctimas republicanas. Del Ministerio de Gobernación salieron decenas de circulares que pedían información sobre los que Franco llamaba en 1940 "nuestros muertos". Los gobernadores detallaron la situación de cada fosa en cada pueblo y ocultaron a todos los rojos fusilados. El motivo es sencillo: no eran "héroes y mártires de la Cruzada de Liberación nacional", como exigía el proyecto de Franco.
El Consejo de las Obras del Monumento a los Caídos lo dejó claro en mayo de 1958: "Uno de los principales fines que determinaron la construcción (...) fue el de dar sepultura a quienes fueron crucificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en que combatieron, según exige el espíritu cristiano que inspiró aquella magna obra, con tal que fueran de nacionalidad española y religión católica".

El complejo costó el equivalente a 30 estadios Santiago Bernabéu

La documentación del mausoleo de Franco, guardada en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, revela que el franquismo organizó y pagó su propia memoria histórica sin reparar en gastos. El dato dado por válido por los historiadores de la suma de dinero gastado fue publicado por Daniel Sueiro en 1976. En total, gastaron 1.086 millones de pesetas. La actualización de ese montante a la economía actual revela que es una cantidad equiparable a 226 millones de euros, una cifra similar al presupuesto de la obra de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Comparado con una estructura de la época, con el dinero público gastado en el Valle de los Caídos y el proyecto para darle uso se podrían haber construido 30 estadios como el Santiago Bernabéu, inaugurado en 1947 tras una inversión de 35 millones de pesetas.
Pese a que la suma total no refleja un dispendio escandaloso, en un Estado que en 1959 todavía trataba de dejar atrás la autarquía, la documentación de Gobernación señala que hubo barra libre de fondos públicos. Una de las carpetas del archivo acumula las facturas de los días previos a la inauguración del Valle: "45 bolsas de merienda para el desplazamiento de familiares de caídos a Cuelgamuros. Total, 2.700 pesetas en el restaurante El Zaguán". El hostelero de Salamanca tuvo el detalle de ahorrarle al Estado un 1,30% de descuento: 35 pesetas, según señala la factura.

El precio de los ataúdes individuales era de 141 pesetas


Los principales gastos, aparte de las obras, llegaron de los trabajos de exhumación. El gobernador civil de Madrid escribe al ministerio una carta que desmenuza los gastos de las aperturas de las fosas de Griñón, donde estaba el cementerio militar de los golpistas en el frente de Madrid. "1.500 cajas unipersonales: 211.500 pts. 200 cajas colectivas para 1.685 restos: 110.400 pts.", detalla la misiva. Incluido el salario de 90.000 pts. de 50 obreros a 60 pts. diarias, sus 50 uniformes por 14.750 pts., sus pares de botas de goma por 6.100 pts. y demás gastos de transporte, la exhumación de Griñón supuso 627.050 pts.
El Gobierno presupuestó cada detalle. Un arquitecto diseñó cómo debían ser las cajas de madera de pino en las que depositar los restos exhumados. Había dos posibilidades: las individuales y las colectivas. El precio de las primeras, usadas generalmente para aquellos restos que podían ser identificados, era de 141 pesetas. Las colectivas, diseñadas como baúles para almacenar los restos de las fosas grandes, como las de Paracuellos del Jarama, costaban 550 pesetas.
Un recuento anual posterior a la inauguración del complejo funerario establece el pago de 333.033 pts. en cajas pagadas por Patrimonio Nacional.
Dos décadas después del final de la "gloriosa cruzada", el 1 de abril de 1959, se inaugura el Monumento Nacional a los Caídos. Franco culmina su gran sueño en el espectacular emplazamiento natural que ya enseñó en 1940 a las autoridades nazis y fascistas que asistieron al primer aniversario de "la victoria".

Los archivos fueron digitalizados el año pasado por orden de Garzón

"Eran los años de una Europa nazi y en aquellos momentos no estaba cicatrizada la herida de la guerra. Pensaba inaugurarlo mucho antes, pero 20 años después ya no es lo mismo, e incluso Falange estaba fuera del Gobierno", analiza el historiador Julián Casanova.


En 1959, quedaron atrás todos los años de trabajos de presos y los traslados de cuerpos desde todos los puntos de España. La burocracia franquista generó documentación para rellenar 12 cajas que, gracias al proceso judicial contra los crímenes del franquismo iniciado por el juez Baltasar Garzón, fueron digitalizadas hace un año.
La Fiscalía de la Audiencia Nacional impidió que Garzón juzgara a los culpables de robar cuerpos de republicanos. Ante las dificultades encontradas en algunas zonas, donde las familias franquistas se negaron al traslado de sus muertos a Madrid, el Ministerio de Gobernación autorizó el abordaje de fosas de republicanos.

Republicanos enterrados

La historiadora Queralt Solé revela en su libro Els morts clandestins. Les fosses comunes de la guerra civil a Catalunya (1936-1939) que el Gobierno decidió llevar republicanos al Valle ya antes de 1959. "Franco lo inauguró con republicanos dentro", destaca Solé.

"Eran los años de una Europa nazi y en aquellos momentos no estaba cicatrizada la herida de la guerra"

Aquella macabra maniobra fue ocultada a la opinión pública y a las propias familias de los trasladados. Los historiadores revisionistas utilizan este dato para mantener imperturbable el barniz franquista que trata de otorgar al complejo un aroma de reconciliación. El abad actual que dirige la basílica, Anselmo Álvarez Osb, reivindicó en una carta el pasado 14 de septiembre publicada en ABC que la "génesis del Valle es el memorial de las víctimas que, hermanos de patria y estirpe, debían reposar bajo las mismas bóvedas y recibir los mismo sufragios".
El abad aludía a "más de 35.000 republicanos y nacionales" que, en su opinión, descansan en un lugar que pretende "la memoria de la convulsión sufrida en la convivencia nacional". Álvarez no repara en los mapas que escrupulosamente saltan por los lugares donde la represión franquista no ahorró el derramamiento de una gota de sangre de sus enemigos.

En el mapa de la provincia de Granada, por ejemplo, una flecha señala que es necesario trasladar los restos de ocho muertos de Motril, tres de Puente Genil o 72 de la ciudad de Granada. Nada dice de los 2.500 paseados en el barranco de Víznar.

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