miércoles, junio 16, 2010

El amigo Luis Alegre Saz

El amigo Alegre LUZ SÁNCHEZ-MELLADO EL PAIS SEMANAL - 30-08-2009

La madre que te parió! El pasado 22 de febrero, la flor y nata del cine mundial aposentada en el teatro Kodak de Los Ángeles escuchaba este recio exabrupto ibérico mientras Penélope Cruz subía al estrado a recoger el Oscar a la mejor actriz de reparto. Pocos de los presentes, ni siquiera las estrellas latinas, entenderían semejante piropo proferido con acusado acento maño por un espontáneo bajito y calvorota situado justo tras Prince. Daba igual. Tanto Cruz, la destinataria del requiebro, como la aludida madre que la alumbró, Encarna Sánchez, sentada cerca, lo oyeron alto y claro. Y eso era lo que importaba.

Luis Alegre Saz es aquel sujeto. Estaba allí como invitado personal de Penélope. El único hombre, aparte de su hermano Eduardo, al que Cruz convidó a vivir con ella la noche más importante de su vida. Alegre y Cruz son amigos. Íntimos. Como hermanos. De los que pueden estar las 24 horas juntos sin hartarse el uno del otro o años sin verse sin perder la complicidad. Todos tenemos amigos así, o nos gustaría tenerlos. Nueve amistades por cabeza confiesan los españoles, según una encuesta internacional. Alegre rompe la estadística. Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro.

Desde ese punto de vista, este profesor de Ingeniería Económica de la Universidad de Zaragoza, soltero y sin hijos, escritor y periodista de cine nacido en 1962, en Lechago, diminuto pueblo de Teruel, hijo de campesino y ama de casa, es un potentado. No tiene perfil en Facebook, ni en Tuenti, ni en Twitter, pero acredita cientos de amigos. De los de verdad. De los que se ven y se tocan. Un tipo popular, sí, pero no tanto como muchas de sus amistades. Esas que, por el mero placer de tenerle cerca en sus días de gloria, le han llevado de la mano a eventos históricos, vacaciones de ensueño, tres veces a la entrega de los Oscar en Los Ángeles, y al mismísimo palco de la final de la Champions League entre el Barcelona y el Manchester en Roma la última primavera.

En la agenda de Alegre figura, aparte de un sinnúmero de personas anónimas fuera de su círculo, buena parte de la nómina de actores, directores, músicos, intelectuales y deportistas del país. Penélope, por supuesto. Pero también Pep Guardiola, Maribel Verdú, los hermanos Trueba, Jorge Sanz, Labordeta, Bigas Luna, Ariadna Gil, Elena Anaya, Ana Belén, Serrat, María Valverde, Miguel Pardeza, Ana Álvarez, Antonio Resines, Pilar López de Ayala, Agustín Díaz Yanes, Eduardo Noriega, Gracia Querejeta, Javier Bardem, Sabina, Leonor Watling, Álex de la Iglesia, Verónica Sánchez, Gabino Diego, María Dolores Pradera, María Barranco, Ray Loriga, El Gran Wyoming y Santiago Segura, por mencionar sólo treinta de los íntimos. Fernán-Gómez, Paco Rabal o Rafael Azcona son algunos de los que lo fueron y ya no están. La lista apabulla. Parece el banco de datos de una agencia de representación. El botín de un cazafamosos. Lo insólito es que no se trata de eso. Son, simplemente, nombres, teléfonos y correos electrónicos de sus amigos. Ellos mismos lo confirman. Se ponen, contestan, dan fe. Claro que le conocen. Y le aprecian. Alegre es sagrado. Por él, lo que sea. Todos quieren a Luis.

Basta ver su álbum de fotos. Abundan las de formato APS. De ésas superapaisadas, como en cinemascope, más anchas que largas para que quepan todos los presentes. Muchas muestran cenas multitudinarias. Gente relajada, contenta de estar junta, encantada de conocerse. Alegre aparece en medio del cotarro. La suya es, casi siempre, la única cara desconocida para el público. Y sin embargo, parece el rey de la fiesta. Él mismo se defiende antes del ataque.

-No tengo adicción a los famosos. Mi única adicción es la amistad. No soy un coleccionista de amistades. Mis amigos no son cromos. Que sean populares no es relevante, a muchos los conocí cuando no lo eran. Y no son tantos. Me gusta tanto la gente que aún me parecen pocos, je, je.

Una cosa es que los conozca y otra que sean amigos de verdad...

Nos obsesionamos con las clasificaciones, me niego a hacer jerarquía con mis afectos. La verdadera amistad es muy poderosa; es un sentimiento de sintonía, de atracción de corazón y de cabeza, de querer que esa persona forme parte de tu vida. Con cada uno se establece una relación única con su código. Claro que son amigos. Yo los siento así y estoy convencido de que ellos también. Mi casa es su casa, y no es una frase hecha.

Estamos en el domicilio de Alegre en el barrio de Jesús de Zaragoza. Un moderno piso de soltero con vistas al Ebro. Un salón con el típico sofá blanco, un dormitorio principal y un austero cuarto de invitados en el que han pernoctado más celebridades que en el hotel María Cristina de San Sebastián en pleno festival de cine. La de Alegre es una especie de casa refugio para muchas luminarias del cine español. Vienen aquí como lo que son, colegas del anfitrión. A charlar de lo divino y lo humano. A cenar -las cenas de Alegre y compañía en Casa Emilio, o Lac, o Hermógenes, son legendarias en Zaragoza-, a cantar -La bien pagá es especialidad de la casa- y a reír hasta caerse. O a llorar a moco tendido, si se tercia, que para eso están los amigos. Últimamente han recalado por aquí un puñado de cineastas de primera fila a pasar el duelo tras la separación de sus parejas. ¿Quién? Inútil preguntar. Luis es una tumba. Y ésa es sólo una de las razones que explican su facilidad para hacer amigos hasta en el infierno. Aunque de pequeño él lo que quería era ser santo.

Alegre siempre fue hipersociable. A los cuatro años ya era monaguillo y jugaba a decir misa. Sus primeras lecturas fueron las vidas de santos que le dejaba su madre, Felicitas Saz, una mujer con el nombre muy bien puesto, "superdotada para la alegría y la amistad", que tenía siempre la puerta abierta y la casa llena de gente. Su padre, Alberto Alegre, era un "campesino ilustrado", cinéfilo, forofo del fútbol y lector empedernido. "Uno de mis primeros recuerdos es ver a mi padre yendo a dar de comer a los cerdos con Madame Bovary bajo el brazo, o saltando al oír en la radio un gol del Zaragoza. Aquello me marcó. Algo que hacía tan feliz a mi padre tenía que ser cojonudo". Las novelas, el cine y el fútbol iban a convertirse, también, en las pasiones del pequeño Luis.

Fueron los libros los que le ampliaron el estrecho horizonte de Lechago. El cura del pueblo le recomendó para una beca en la Universidad Laboral de Cheste, en Valencia. De aquel internado donde vivió con otros 300 niños vino con el veneno del cine inoculado en el alma -fue encargado del cineclub, "El extraño viaje y El apartamento, que he visto 68 veces, me conmocionaron"- y con el título de "alumno más sociable" en la pechera. Hasta hoy. Es, sin embargo, en la Zaragoza de los ochenta donde el círculo de Luis se abre al universo de la cultura, el deporte y las celebridades. Estudió Empresariales. "Intuía que me ayudaría a entender el mundo, pero, sobre todo, era una carrera con salidas y que podía cursar cerca de casa, porque mi familia no se podía permitir otra cosa". Así es Alegre: un tipo con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes. Con un sueldo como profesor auxiliar asegurado, comenzó a ejercer su amor al arte. La intelectualidad maña -Mariano Gistaín, Labordeta, Manuel Rotellar, Víctor Muñoz- repara en ese joven brillante y entusiasta y le invita a colaborar en revistas, radios y teles locales. Alegre se cuela por derecho propio en la pomada aragonesa. La visita de Fernando Trueba a Zaragoza para presentar su Ópera prima fue el punto de inflexión. Su llave de acceso al gran mundo. Luis y Fernando conectaron. El flechazo, mutuo, continúa.

"Unos amigos te llevan a otros", resume. Trueba le presenta a su hermano David, que le presenta a Maribel Verdú, que le presenta a Jorge Sanz, que le presenta a Penélope, que le presenta a Ariadna Gil, que le presenta a Guardiola... Labordeta le presenta a Sabina, que le presenta a Serrat, que le presenta a Ana Belén... La secuencia puede no ser exacta, pero sí verosímil. Desde entonces, su lista de amistades sólo crece. Alegre, cada vez más conocido, cada vez más influyente, se va haciendo un hueco en el mundo que realmente le apasiona. El economista por obligación se convierte en hombre de la cultura por devoción. El perejil de todas las salsas. Hoy es uno de los nombres imprescindibles en la organización de eventos cinematográficos del país. Desde luego, el más querido.

Organizador y asesor de festivales varios -Tudela, Málaga, La Almunia, Jaén-, demuestra en todos su extraordinario poder de convocatoria, como en su programa de entrevistas El reservado, en la televisión aragonesa. "Si está Luis, voy", es la consigna que circula entre sus amigos. Y sus amigos son la crema del oficio. De éste y de otros. Los que lo son ahora y los que lo pueden llegar a ser. O no. Luis, como su madre, Felicitas, mantiene la puerta abierta y no pide más credenciales que la simpatía. "Cada persona, cada evento, cada trabajo, te da oportunidad de conocer gente. Calculo que coincido con unas 200 personas al año, por eso digo que todavía tengo pocos amigos. Me atraen la bondad, la belleza, el talento, el encanto, me interesa la gente interesante y, cuando la encuentro, quiero conocerla y conservarla", admite. A lo que se ve, el sentimiento que provoca es mutuo.

"Cuando lo conoces, no quieres vivir sin él", dice Maribel Verdú, que se lo encontró a los 16 años, en la presentación de El año de las luces en Zaragoza. "Ahora son muchas, pero yo fui la primera", bromea sólo a medias la actriz, que considera a Alegre su "amigo del alma". "Tiene un sentido del humor brutal, una cultura extrema y un corazón de oro. Es bueno porque sí, sin querer nada del otro. No te dice sólo lo que quieres oír, te rompe los esquemas. Jamás le oirás nada malo de nadie. Te da una confianza total. Es libre y te deja libre. Es un aglutinador de gente. Te lo quieres llevar a todas partes. No puedo estar sin él", confiesa. No en vano, Verdú es una de las habituales de casa Alegre en Zaragoza. "Y desde mucho antes de los tiempos del AVE", deja dicho Maribel, que aprendió de Luis, y sobre todo de su madre, doña Felicitas, el acento maño con que adornaba a su personaje de criada aragonesa en El laberinto del fauno.

Jorge Sanz también se reivindica como "uno de los primeros" amigos actores de Alegre. Jorge le conoció "meando los dos" en el cine de Zaragoza donde se proyectaba Valentina. Y desde entonces, su intimidad ha ido a más. "Luis es una obra de arte con patas. Ha hecho de su vida su obra. Hace falta mucha inteligencia, valentía, pasión y bondad para vivir como te da la gana sin hacer daño a nadie, al revés, dejando alrededor amistad y placer. Es un catalizador para reunir y sacar lo mejor de los demás. Lo hemos compartido todo, hemos vivido años juntos, pero sin liarnos, ¿eh? Luis tiene su puntito de pluma, pero yo pongo la mano en el fuego por él", concluye el actor, cariñosamente faltón con su colega.

El aludido había recogido el guante mucho antes de que Sanz lo lanzara. "Como no tengo novia fija, canto La bien pagá a la mínima y prácticamente vivo con mi madre, cumplo todos los requisitos para ser considerado un maricón de manual. Muchos, y muchas, lo piensan", admite, "hasta que me conocen". "No hay nada que me guste más que las mujeres, pero soy consciente de que no soy Brad Pitt y no voy de moscón ni de pagafantas. La amistad me ha proporcionado más satisfacciones que el amor. Quien yo he creído que podía ser la mujer de mi vida, no ha pensado lo mismo. Pero no por eso voy a renunciar a la amistad íntima con las mujeres. Las relaciones sexuales están sobrevaloradas. Que yo sea amigo íntimo de Penélope Cruz, Maribel Verdú y Elsa Pataky sabiendo que nunca voy a tener nada con ellas es la mejor prueba de mi amor por la amistad".

En eso discrepa de su "añorado" Fernán-Gómez. Alegre fue, con su íntimo amigo David Trueba, el codirector de La silla de Fernando (2006), una película-conversación con el mítico actor, escritor y director fallecido en 2007. En ella, un deslumbrante Fernán-Gómez muestra su genuino desconcierto cuando Alegre, fuera de plano, le pregunta por su relación con las mujeres. "Puede haber una amistad entre un hombre y una mujer siempre que ese hombre no sea yo. No se me ha ocurrido, no he sabido nunca tener una amistad con una mujer", confiesa sin ironía el actor, y es fácil adivinar la perplejidad de su interlocutor, un tipo que cuenta a las íntimas por docenas. "Las mujeres son las mejores amigas", sostiene, "son mujeres, y eso es un valor añadido".

"Luis es amigo de las tías más buenas de España, algo así como su consejero espiritual, con lo besucón que es", se admira José Antonio Labordeta. "Él puede: es un tío lleno de bondad, humor e inteligencia. Una persona muy profunda que, al tiempo, te cuenta unos chistes que te mueres de risa. Una cena con él es sagrada. Un seguro de diversión al que, tal como están las cosas, ni se puede ni se debe renunciar". Labordeta, veterano músico y político aragonés, amigo de Alegre desde los ochenta, acaba de recoger en Lechago, pueblo de 30 habitantes en invierno y 120 en verano, el Premio Peirón 2009, de nueva creación. Ni que decir tiene que Alegre, que veranea con su madre allí, es el presidente de la comisión de festejos.

"Luis es, para el cine de hoy, lo que era el Oliver, o el Bocaccio, o el Riscal en los sesenta y setenta, o la Residencia de Estudiantes en los veinte y treinta: un lugar de encuentro. Un foco de pensamiento, convivencia interdisciplinar y buen humor garantizado. Es muy de agradecer que se haya colado en nuestras vidas para mezclarnos sabiamente. La charla, el cuerpo a cuerpo y el disfrute de una sobremesa con conocidos y desconocidos son imprescindibles en nuestro trabajo. De ahí surgen ideas, colaboraciones y no poco consuelo", resume Ángeles González-Sinde, otra amiga de décadas. La entonces incipiente guionista y hoy ministra de Cultura coincide con la actriz Leonor Watling, que califica a su amigo Alegre como "un superconductor de partículas. Un tipo capaz de juntar en una mesa a perfectos desconocidos, cada uno con su ego a cuestas, y que prenda la chispa". La actriz recuerda la ilusión "y la ansiedad" con la que acudió a la primera cena con Luis, hará unos quince años, cuando "no era nadie y estaba hambrienta de charlas y de contacto con gente del oficio". "Ya entonces, si alguien te invitaba a una de sus cenas, quería decir que estabas en el buen camino. Soy medio inglesa y medio segoviana, el paradigma de la desconfianza. Todo el mundo hablaba bien de él y yo pensaba que no podía ser tan perfecto. Pero sí. Es una especie de Celestina de la amistad sin más interés que el que tiene por las personas".

Al aludido no le disgusta la comparación. "Uno de mis mayores placeres es presentar a gente que sé que puede conectar, caerse bien, quererse, y que se conviertan en amigos. Cuando veo a personas conocidas y anónimas, de Madrid, de Zaragoza o de donde sea, que yo he presentado, riéndose juntas soy el hombre más feliz del mundo. En ese sentido, vale, soy un alcahuete". Pero sólo cuando quiere, con quien quiere y porque quiere. En eso se declara insobornable. Si la información es poder, alguien con semejante agenda y nivel de cercanía personal con alguno de los hombres y mujeres más deseados e influyentes del país ha debido de tener ofertas de todo tipo. Sí, admite. Pero no, no le interesan.

Los productores de programas y revistas del corazón ya ni le llaman. Saben que es inútil -"ni por todo el oro del mundo; me tendría que dar un golpe malo, volverme loco, no está en mi ADN"- intentar sacar algo de la tumba Alegre. Los políticos, tampoco. "Alguno intentó ficharme, pero tengo una existencia tan plena que un cargo sólo empeoraría mi calidad de vida. Además, a estas alturas de la película, tengo dos o tres cosas claras: no estoy dotado para dar órdenes, ni para sacarme el carné de conducir, ni para acostarme con Giselle Bündchen, aunque no renuncio a conocerla; si alguien me la presenta, allá que voy". Así es el amigo Alegre. Un "intelectual con alma de cómico", en palabras de Goya Toledo. El single menos solitario del mundo. Siempre disponible para los suyos. Para su familia -su madre, dos hermanos y dos sobrinos, apiñados en el mismo barrio de Zaragoza- y sus amigos. Una legión variopinta en la que militan mayores -María Dolores Pradera, de 83 años- y niños -Nerea Camacho, de 13-; proletarios y aristócratas; republicanos y princesas.

Hay una amiga antigua a la que conoció, como a tantas, cuando nadie le ponía cara. La chica, periodista, le pidió ayuda para un reportaje y él se la ofreció. Se hicieron amigos. Se veían de vez en cuando en Madrid. Cine, cenas, copas, charla. Hasta que ella se casó. Él pensó entonces que se verían menos, pero ella se empeñó en mantener el contacto. Se llaman, se mandan SMS, mails. A veces quedan. Este invierno se les vio juntos en el teatro madrileño donde Maribel Verdú y Aitana Sánchez-Gijón representaban Un dios salvaje. Luego se fueron los cuatro a cenar. Otra noche de risas con amigas hasta las mil. El número de móvil de la tercera comensal figura con seudónimo en la agenda de Luis. En realidad se llama Letizia.

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