sábado, enero 16, 2010

Woody Allen. Si la cosa funciona. Whatever works

Un retorno gozoso: Whatever works (Si la cosa funciona) de Woody allen por CARLOS BOYERO en el Festival de San Sebastián EL PAÍS - Cultura - 20-09-2009
Imagino que la actitud de hijo pródigo de Woody Allen en los últimos años poseía justificadas razones. Es probable que le resultara complicada la financiación de sus proyectos, o que le mosqueara el progresivo rechazo de su obra en Estados Unidos, o que su creatividad necesitara urgentemente cambiar de aires. En las cuatro películas que ha rodado en Inglaterra y en España al menos ha logrado que una de ellas le saliera perfecta, la sombría y apasionante Match point. A pesar de ello, sus ancestrales admiradores anhelábamos que retornara a casa, que nos volviera a contar excéntricas, tragicómicas, insólitas historias de Nueva York con su maravilloso y genuino lenguaje. La espera ha merecido la pena. Si la cosa funciona nos devuelve un cerebro, una imaginación y una comicidad en estado de gracia, sin sombra de esclerosis aunque su poseedor vaya a cumplir 74 años.
Allen, con desbordante sentido de la lógica, copia lo mejor de sí mismo. En esta pandilla de amigos que se reúne en bares para contar historias, protagonizadas por la pintoresca, sarcástica y nihilista personalidad del fracasado suicida e impenitente gruñón Boris Yellnikoff percibes el eco de Broadway Danny Rose. También ves la huella de Hannah y sus hermanas en los hilarantes cruces sentimentales y en su vitalista desenlace, o la siempre provisional historia de amor entre una cría inicialmente deslumbrada y un maniático y depresivo señor mayor que Allen ha descrito en tantas películas. Todo te suena a visto y oído, pero siempre agradecerás el reencuentro con ese apasionante universo. Con la boca despiadada y la militante desesperación de un fulano al que le sienta muy bien enrollarse con una paleta naïf, con mentalidades ferozmente puritanas que descubren el encanto de la bigamia o la reprimida afinidad sexual con gente de su mismo sexo, con diálogos presididos por una sobrehumana agilidad mental y situaciones inmejorablemente surrealistas, con chistes tan atrevidos como razonados que demuestran que Dios era un decorador homosexual. Allen también ofrece a través de sus personajes una negrísima visión de la existencia a la que redime el carpe díem, la obligatoriedad de pillar al vuelo todas las cosas gratas que puede regalar la vida.
Resulta diáfano que Allen se identifica con las diatribas morales y la visión de las personas y las cosas del ácido misántropo Boris Yellnikov, pero ha decidido que su álter ego esté interpretado por Larry David, otro humorista judío con lengua venenosa. La elección es brillante. Larry David no tiene que hacer esfuerzos para ser un modelo de impertinencia y de provocación, arrogantemente desamparado, un fulano que disfruta manejando el látigo verbal consigo mismo y con los demás, la bestia negra del tópico y de todo lo que suene a establecido. Si la cosa funciona te mantiene permanentemente la sonrisa y te dosifica las carcajadas. Es puro ingenio, es imaginar lo que no se le ocurre a nadie, es una forma tan compleja como impagable de observar la vida, es puro Allen. Haciendo lo que más le gusta en el ambiente que ama.

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