sábado, enero 02, 2010

Edward Schillebeeckx, "un teólogo feliz". JUAN JOSÉ TAMAYO

Edward Schillebeeckx, "un teólogo feliz". JUAN JOSÉ TAMAYO EL PAÍS - Obituarios - 27-12-2009
"Soy un teólogo feliz". Así se definía Edward Schillebeeckx, que falleció a los 95 años la víspera de Navidad en Nimega (Holanda). Fue uno de los teólogos católicos más prestigiosos y una de las personalidades más influyentes en el cambio de paradigma del cristianismo durante la segunda mitad del siglo pasado, amén de protagonista en la renovación de la teología y de la Iglesia católica.
Nacido en Amberes, metrópoli de la Bélgica flamenca, en el seno de una familia de 14 hermanos, ingresó a los 19 años en la Orden de Predicadores atraído por la apertura de los Dominicos al mundo, la dedicación al estudio, el trabajo de investigación y la teología centrada en la predicación. Él mismo hizo realidad con creces estas cuatro características en su vida religiosa y en su actividad intelectual.
Estudió Filosofía en Gante y Teología en Lovaina con una orientación tomista clásica, que él renovaría durante los primeros años de docencia. Tras la II Guerra Mundial, fue a Francia para hacer el doctorado en Le Salchoir y estudiar en La Sorbona. En Salchoir se encontró con los teólogos Marie-Dominique Chenu, sancionado entonces por el Santo Oficio, e Yves Mª Congar, que sufrió varios destierros por mor del ecumenismo. En La Sorbona siguió las lecciones de los filósofos Le Senne, Lavelle, Wahl y Gilson.

En 1947 inició su carrera docente en Teología Dogmática en Lovaina para renovar el pensamiento tomista, anclado en la neoescolástica, y abrirlo a las nuevas corrientes filosóficas. Los escritos de este periodo se caracterizan por el uso del método histórico frente al imperante dogmatismo de manual, y por el perspectivismo gnoseológico, que buscaba una síntesis entre la fenomenología y el tomismo. En 1958 pasó a enseñar Teología Dogmática e Historia de los Dogmas en la Universidad católica de Nimega hasta su jubilación.
Teólogo de confianza del episcopado holandés, entonces progresista, fue su asesor en el Concilio Vaticano II y uno de los principales inspiradores de no pocos de los documentos conciliares relativos a la Revelación, leída desde los métodos histórico-críticos, y a la Iglesia en diálogo con el mundo. Es proverb
ial a este respecto su afirmación "Fuera del mundo no hay salvación", que contrasta con el aforismo excluyente "Fuera de la Iglesia no hay salvación". En el Concilio se encontró con Joseph Ratzinger, de quien dice: "Ya entonces había en él algo que no me gustaba. En las reuniones no hablaba nunca". Para mantener el espíritu del Concilio creó en 1965, junto con Congar, Rahner, Metz, Küng y otros teólogos progresistas, la Revista Internacional de Teología Concilium, editada en ocho idiomas, entre ellos el castellano, que hoy alcanza el número 332.
Procesado tres veces
Fue procesado en tres ocasiones por la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio): en 1968, por su actitud abierta hacia la secularización; en 1979, por su libro Jesús. La historia de un Viviente, la mejor cristología del siglo XX; en 1984, por El ministerio eclesial, donde justificaba la presidencia de la eucaristía por parte de un ministro extraordinario no ordenado. De los tres salió ileso e incluso airoso, ya que logró desmontar las acusaciones de sus inquisidores con lucidez argumental, brillantez expositiva y finura teológica.
La sensación que tenemos las teólogas
y los teólogos tras su muerte es de orfandad, sólo superada con la lectura de sus obras, que seguirán iluminando el itinerario del cristianismo del siglo XXI por la senda de la interpretación, del diálogo con las culturas de nuestro tiempo y del compromiso por la justicia.

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