lunes, agosto 07, 2006

Las claves de la política del petroleo: la petropolítica

Thomas Friedman EL PAIS DOMINGO - 30-07-2006
Los líderes de los países productores no lanzarían sus desafíos sin el crudo por las nubes
El autor de este artículo (Minneapolis, EE UU, 1953) es un periodista de amplia experiencia en asuntos internacionales y energéticos. Ha obtenido tres veces el Premio Pulitzer trabajando para 'The New York Times', diario en el que entró en 1981: en 1983, por su información sobre Líbano; en 1988, por sus crónicas desde Israel, y en 2002, por sus columnas. Ha sido jefe de la información económica en Washington y jefe de los corresponsales en la Casa Blanca.

Cuando oí al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, declarar que el Holocausto era un "mito", no pude evitar preguntarme: "Me gustaría saber si el presidente de Irán hablaría de esta forma si el precio actual del petróleo fuera 20 dólares el barril, y no 70 dólares".

Cuando oí al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, decir al primer ministro británico, Tony Blair, que se fuera "derecho al infierno", y asegurar a sus partidarios que la Zona de Libre Comercio de las Américas auspiciada por Estados Unidos podía "irse al infierno" también, no pude evitar decirme: "Me gustaría saber si el presidente de Venezuela diría estas cosas si el precio actual del petróleo fuera 20 dólares el barril, y no 70 dólares, y si su país tuviera que dar poder a sus empresarios, en vez de limitarse a perforar pozos".

Mientras seguía los acontecimientos del golfo Pérsico durante los últimos años, me di cuenta de que el primer Estado del Golfo que celebró unas elecciones libres y limpias, en las que las mujeres podían presentarse y votar, y el primer Estado del Golfo que emprendió una transformación radical de sus leyes laborales, para que su población pudiera ocupar más puestos de trabajo y así depender menos de la mano de obra importada, fue Bahrein. Bahrein, casualmente, es el Estado de la zona del Golfo en el que antes está previsto que se agote el petróleo. De modo que no pude evitar preguntarme: "¿Será todo eso una coincidencia?".

Cuanto más reflexionaba sobre estas cuestiones, más evidente me parecía que tenía que existir una correlación -una correlación literal, que podía medirse y convertirse en gráfico- entre el precio del crudo y el ritmo, el alcance y la sostenibilidad de las libertades políticas y las reformas económicas en determinados países.

Soy el primero en reconocer que éste no es ningún experimento científico de laboratorio, porque el ascenso y la caída de la libertad política y económica en una sociedad nunca puede ser perfectamente cuantificable o intercambiable. Pero sí creo que sirve de algo tratar de mostrar esta correlación absolutamente real entre el precio del petróleo y el ritmo de la libertad, aun con todas sus imperfecciones.

La Primera Ley de la Petropolítica dice lo siguiente: el precio del petróleo y el avance de las libertades van siempre en direcciones opuestas en los Estados petrolistas. Según esa primera ley, cuanto más sube el precio mundial medio del crudo, más se deterioran la libertad de expresión, la libertad de prensa, las elecciones libres y limpias, la independencia del sistema judicial, el imperio de la ley y los partidos políticos. Y estas tendencias negativas se ven reforzadas por el hecho de que, cuanto más sube el precio, menos sensibles son los dirigentes petrolistas a lo que el mundo piensa o dice de ellos.

Llamo Estados petrolistas a aquellos que dependen de la producción de crudo para la mayor parte de sus exportaciones o su producto interior bruto y, al mismo tiempo, poseen unas instituciones débiles o unos Gobiernos claramente autoritarios. Los principales Estados petrolistas, según mi definición, serían Azerbaiyán, Angola, Chad, Egipto, Guinea Ecuatorial, Irán, Kazajistán, Nigeria, Rusia, Arabia Saudí, Sudán, Uzbekistán y Venezuela.

La enfermedad holandesa

Por supuesto, hace mucho tiempo que los economistas profesionales han señalado las negativas consecuencias económicas y políticas que tiene para un país el hecho de poseer una abundancia de recursos naturales. Se trata de un fenómeno que algunos han llamado "la enfermedad holandesa" y otros "la maldición de los recursos". El nombre de enfermedad holandesa se refiere al proceso de desindustrialización que puede ocurrir como consecuencia de una riqueza repentina en recursos naturales. El término se acuñó en los Países Bajos en los años sesenta, después de que se descubrieran en dicho país enormes depósitos de gas natural.

Lo que ocurre en países aquejados de la enfermedad holandesa es que el valor de su divisa aumenta, gracias a la entrada inesperada de dinero procedente del petróleo, el oro, el gas, los diamantes o algún otro recurso natural recién descubierto. Eso hace que las exportaciones de productos manufacturados dejen de ser competitivas y abarata las importaciones. Los ciudadanos, bien provistos de efectivo, empiezan a importar como locos, el sector industrial nacional queda borrado del mapa, y ya está, la desindustrialización.

Además de estas teorías generales, algunos politólogos han estudiado de qué manera la abundancia de petróleo, en especial, puede invertir o erosionar las tendencias democratizadoras. Uno de los análisis más incisivos que he visto es el del politólogo de la UCLA, Michael L. Ross. Mediante un análisis estadístico de 113 países entre 1971 y 1997, Ross llegó a la conclusión de que "la dependencia de un Estado de las exportaciones de crudo o minerales tiende a hacer que sea menos democrático; otros tipos de exportaciones primarias no tienen ese efecto, y este fenómeno no ocurre sólo en la península Arábiga, Oriente Próximo o el África subsahariana; ni tampoco se limita a países pequeños".

En primer lugar, alega Ross, está el "efecto fiscal". Los Gobiernos que viven del petróleo suelen utilizar sus ingresos para "aliviar presiones sociales que, en caso contrario, podrían desembocar en una exigencia de más responsabilidad" a las autoridades o más representación en el Gobierno. Los regímenes que se apoyan en el petróleo y no tienen que cobrar impuestos a su población para sobrevivir, tampoco necesitan escuchar a la gente ni tener en cuenta sus deseos.

El segundo mecanismo, dice Ross, es el "efecto gasto". La riqueza del petróleo produce un aumento del gasto clientelar, que, a su vez, debilita las presiones en favor de la democratización. El tercer mecanismo que cita es el "efecto de formación de grupos". Cuando los ingresos del petróleo proporcionan una gran entrada de dinero a un Estado autoritario, el Gobierno puede usar esa riqueza inesperada para impedir que se formen grupos sociales independientes, los más propensos a exigir derechos políticos. Además, afirma, una sobreabundancia de ingresos del petróleo puede crear un "efecto represivo", porque permite a los Gobiernos gastar de forma desmesurada en policía, seguridad interior y servicios de información susceptibles de ser utilizados para asfixiar los movimientos democráticos.

Por último, Ross ve la presencia de un "efecto en la modernización". Una entrada masiva de riqueza del petróleo puede disminuir las presiones sociales para que haya más especialización profesional, más desarrollo urbano y más posibilidades de enseñanza superior, unas tendencias que suelen acompañar a un desarrollo económico más amplio y producir una población más culta, más capaz de organizarse, negociar y comunicar, y dotada de centros propios de poder económico.

Lo que pretendo decir al postular la Primera Ley de la Petropolítica es no sólo que la dependencia excesiva del crudo puede ser una maldición en general, sino que es totalmente posible relacionar las subidas y bajadas del precio del petróleo con los avances y retrocesos en la marcha de la libertad en los países petrolistas.

¿Un eje del petróleo?

Desde el 11-S, los precios del petróleo han pasado estructuralmente de oscilar entre 20 y 40 dólares a sobrepasar los 70. En parte, este fenómeno se debe a una sensación general de inseguridad en los mercados mundiales de crudo debido a la violencia en Irak, Nigeria, Indonesia y Sudán; pero, sobre todo, parece ser consecuencia de lo que yo llamo el aplanamiento del mundo y la rápida entrada en el mercado mundial de 3.000 millones de consumidores nuevos de China, Brasil, India y el antiguo imperio soviético, que sueñan con tener una casa, un coche, un microondas y un frigorífico. Sin algún avance espectacular en materia de conservación en Occidente, o el descubrimiento de una alternativa a los combustibles fósiles, es de prever que, en un futuro inmediato, nos mantendremos en en torno a los 70 dólares, o más.

Desde el punto de vista político, eso significará que, seguramente, todo un grupo de Estados petrolistas -con instituciones débiles o Gobiernos claramente autoritarios- experimentará un deterioro de las libertades y un aumento de la corrupción y los comportamientos autocráticos y antidemocráticos.

Pensemos en el drama que se desarrolla actualmente en Nigeria. Nigeria tiene un mandato limitado para sus presidentes, dos periodos de cuatro años. El presidente Olusegun Obasanjo llegó al poder en 1999, después de un periodo de gobierno militar, y en 2003 fue reelegido en una votación popular. Al sustituir a los generales en 1999, Obasanjo se convirtió en noticia porque emprendió una investigación sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas por el ejército nigeriano, puso en libertad a los presos políticos e incluso llevó a cabo un verdadero intento de eliminar la corrupción. En aquella época, el petróleo costaba aproximadamente 25 dólares el barril.

Hoy, con el petróleo a más de 70 dólares el barril, Obasanjo trata de convencer al Parlamento nigeriano para que apruebe una enmienda constitucional que le permita permanecer un tercer mandato. Un dirigente de la oposición en la Cámara de Representantes, Wunmi Bewaji, ha afirmado que se ofrecieron a los legisladores sobornos de un millón de dólares a cambio de votar a favor de prolongar el mandato de Obasanjo.

En los Estados petrolistas es frecuente que no sólo toda la política gire en torno a quién controla el grifo, sino que la población acabe teniendo una versión distorsionada de lo que es el desarrollo. Si son pobres y los dirigentes son ricos, no es porque su país no haya fomentado la educación, la innovación, el imperio de la ley y el espíritu empresarial. Es porque alguien que no son ellos se queda con el dinero del petróleo. Y entonces empiezan a pensar que, para hacerse ricos, lo único que tienen que hacer es parar a los que están robando el petróleo de su país.

Con todos los respetos para Ronald Reagan, no creo que fuera él quien acabó con la Unión Soviética. Es evidente que hubo muchos factores, pero el derrumbe de los precios mundiales del crudo a finales de los ochenta y principios de los noventa fue un factor clave, sin duda.

El abaratamiento del petróleo ayudó seguramente a que el Gobierno del poscomunista Borís Yeltsin se abriera más al mundo exterior y se mostrara más receptivo a las estructuras que exigían los inversores internacionales.

No hay más que ver la diferente actuación del presidente ruso, Vladímir Putin, cuando el precio del petróleo oscilaba entre 20 y 40 dólares, y ahora, que se encuentra en torno a los 70 dólares. Después de su primer encuentro, en 2001, el presidente Bush dijo que había contemplado el "alma" de Putin y había visto a un hombre en el que podía confiar.

Si Bush contemplara el alma de Putin hoy, lo que vería sería muy negro, tan negro como el petróleo. Vería que Putin ha utilizado sus ganancias del petróleo para devorar (nacionalizar) la enorme compañía petrolífera rusa, Gazprom, diversos periódicos y emisoras y todo tipo de empresas e instituciones que antes eran independientes.

Aunque no podemos influir en el suministro de petróleo en ningún país, sí podemos influir en el precio mundial si alteramos las cantidades y los tipos de energía que consumimos. Cuando digo podemos me refiero a Estados Unidos, que consume alrededor del 25% de la energía mundial, y también a los países importadores de petróleo en general.

Reflexionar sobre cómo modificar nuestros hábitos de consumo de energía para reducir el precio del petróleo ha dejado de ser simplemente un hobby para ecologistas bienintencionados. Se ha convertido en un imperativo que afecta a la seguridad nacional.

Por consiguiente, cualquier estrategia por parte de Estados Unidos para promover la democracia que no incluya un proyecto creíble y sostenible de búsqueda de alternativas al petróleo y abaratamiento del precio del crudo carece totalmente de sentido y está condenada al fracaso. Hoy, independientemente de qué posición ocupe cada uno en el espectro de la política exterior, todo el mundo debe pensar como un geo-verde.

No es posible ser un auténtico realista de la política exterior ni un idealista que promueva eficazmente la democracia sin ser, al mismo tiempo, un ecologista comprometido en materia de energía.

Bibliografía imprescindible
PARA UN EXAMEN detallado de la relación entre la riqueza del petróleo y los sistemas políticos atrofiados, véase el artículo de Michael L. Ross Does Oil Hinder Democracy? (World Politics, abril de 2001). Sustaining Development in Mineral Economies: The Resource Curse ThesisNatural Resource Abundance and Economic Growth (Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de EEUU, 1995).
(Routledge, 1993), de Richard M. Auty, explica por qué muchos países que poseen recursos naturales no tienen el desarrollo apropiado. Jeffrey D. Sachs y Andrew M. Warner desarrollan esta tesis en

El politólogo Javier Corrales muestra de qué forma los elevados precios actuales del petróleo refuerzan a los autoritarios contemporáneos en Hugo Boss (Foreign Policy, enero/febrero 2006).

Moisés Naím, en Globoquiz: Guess the Leader (Newsweek International, 1 de diciembre de 2004) destaca las semejanzas, por el petróleo, entre Hugo Chávez y Vladimir Putin, y en Russia's Oily Future (Foreign Policy, enero/febrero 2004) analiza el giro de Moscú hacia la política petroestatal.

Thomas L. Friedman reflexiona sobre las consecuencias para la economía mundial -y el mercado energético- del ascenso de India y China en La Tierra es plana: breve historia del mundo globalizado del siglo XXI. (MR Ediciones, 2006).

El libro de Daniel Yergin The Prize: The Epic Quest for Oil, Money and Power (Simon & Schuster, 1991), que obtuvo un Pulitzer, es la historia más completa de las conexiones entre el petróleo y las economías modernas.

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