sábado, diciembre 31, 2005

‘La mujer desnuda’, by Desmond Morris


El gran zoólogo Desmond Morris, autor de ‘El mono desnudo’, del que ha vendido 10 millones de ejemplares, publica ahora ‘La mujer desnuda’, un homenaje al cuerpo femenino. Su conversación resulta tan clara y estimulante como su obra.
LOURDES GÓMEZ EL PAIS SEMANAL - 18-09-2005Desmond Morris arropa el mundo entero en su estudio de Oxford. Ha trotado por 90 países en sus 67 años de vida, incluidos la treintena que recorrió en este nuevo milenio mientras preparaba su última obra científica, La mujer desnuda, que ahora se publica en castellano junto con otro ensayo anterior, La naturaleza de la felicidad. “Es un libro”, dice acerca de su detallada exploración del cuerpo femenino, “escrito por un hombre que adora a las mujeres y que examina sus cuerpos de la cabeza a la punta de los pies”.
En "La mujer desnuda" observa desde una perspectiva antropológica cada elemento del cuerpo, desde el vello del pubis a las nalgas; de las mejillas al pecho, caderas y genitales. En el libro introduce su examen como “el retrato de un zoólogo que celebra a la mujer en su habitáculo natural”. Y añade: “Las mujeres han avanzado mucho más que el hombre en la evolución de sus cuerpos. Han experimentado cambios sorprendentes que convierten a la mujer moderna en un ser extraordinario y único. Los cuerpos masculinos se mantienen mucho más próximos a las características del hombre primitivo”.
Ilustra su teoría con un ejemplo sobre la evolución de los órganos y funciones sexuales: “La mujer esconde su ovulación. Lo aceptamos sin pararnos a pensar en ello. Un joven ve a una mujer en la calle y no sabe si, en ese preciso momento, ella es fértil o no. Si fuera una hembra de mono lo reconocería instantáneamente por las señales que el animal despliega tanto en el olor y forma de su cuerpo como en el comportamiento sexual. En los simios y otras especies no humanas, las hembras sólo se activan sexualmente cuando pueden procrear. Si no están en celo, no muestran ningún interés por los machos, y éstos, a su vez, también las ignoran. En cambio, la mujer es extraordinaria en tanto que es sexualmente atractiva y atrayente incluso en momentos en los que no puede procrear. Es un desarrollo evolutivo excepcional, único en nuestra especie. Eso sólo se aplica a la mujer, no al hombre”.
En el salto del animal al ser humano, el acto sexual dejó de limitarse a periodos de fertilidad de forma que, según afirma Morris, “biológicamente somos la especie más sexy” de la Tierra. “La mujer puede atraer y divertirse con un varón en cualquier fase de su ciclo menstrual, cuando está embarazada o después de alcanzar la menopausia”. “Yo diría”, continúa, “que nueve de entre diez actos sexuales entre humanos no están enfocados a procrear. Como biólogo, disputo con la Iglesia que define la relación sexual como un acto de procreación. No lo es. La Iglesia propaga un concepto biológicamente erróneo. El acto sexual es de una envergadura mucho más importante puesto que, en la mayoría de las ocasiones, está relacionado con hacer el amor. Literalmente eso es lo que hacemos, el amor
”.
Desde la perspectiva biológica, Morris ve el juego sexual como un paso esencial en la “creación de una relación de amor y el desarrollo de vínculos de pareja para formar una unidad familiar” con una doble conexión paternal. “Ahí esta nuestro éxito como especie. En el emparejamiento por amor, no sólo por puro sexo. En nuestra especie, el sexo se ha convertido en amor. Un mono se cruza en unos segundos; nosotros hemos extendido incluso el tiempo que invertimos en hacer el amor. Y la mujer es la que más cambios ha experimentado al respecto”, defiende.
“La Iglesia católica”, continúa, “no está en desacuerdo conmigo respecto a la importancia de la unidad familiar. Yo no digo que debamos ser alocadamente promiscuos, sino que hay una función adicional al acto sexual, independiente de la procreación. Es un mecanismo que ha evolucionado para crear una unidad familiar estable para criar a nuestros hijos. También hemos extendido el periodo de la niñez. Le hemos añadido diez años, de los 8 a los 18, lo cual supone una carga enorme para los padres”.
En las sociedades primitivas las funciones se repartieron en función al sexo: el varón cazaba; la mujer cuidada de los hijos y el hogar. Un género no dominaba al contrario, aunque la mujer ocupaba una posición protagonista debido a su relevancia esencial en la propagación de la especie. ¿Es el padre dispensable desde la perspectiva biológica? “Un niño criado por dos madres estará doblemente cuidado. La mujer cumple mejor esta tarea que el hombre y psicológicamente también está más preparada para atender a los hijos que un padre. Un niño criado con amor por una pareja gay o lesbiana estará en una posición mucho más ventajosa que la del hijo de un marido y una esposa que se odian y desatienden al pequeño. La pareja homosexual sólo tiene que prestar atención para que su hijo crezca asimilando ambos conceptos, masculinidad y feminidad”.“No quiero menospreciar a los hombres”, puntualiza. “La mujer tiene cualidades muy especiales y es mejor que el hombre en muchos aspectos. Pero el varón también cumple funciones importantes. Es el cazador, el que asume riesgos, frente a la mujer, que es más cautelosa. Ambos fenómenos son evolutivos, no culturales. El hombre era, desde luego, prescindible y tuvo que desarrollar su sentido del riesgo para tener éxito en la caza. Era, por tanto, más inventivo, y todavía lo es”.
El hombre-bomba es el caso más extremo de la afición al riesgo adquirida en el proceso evolutivo. “La religión es un fenómeno muy útil para aplacar el miedo a la muerte, puesto que ofrece fe en el más allá. El temor a morir lo adquirimos con el desarrollo de la comunicación verbal. La lengua nos permite hablar del pasado y del futuro. Pero como no nos gusta la idea de morir, se inventó el concepto de la otra vida. Y las fuerzas religiosas que acechan a nuestro alrededor explotan la cualidad del joven varón para afrontar riesgos. Ha habido algunas mujeres suicidas, pero en su mayoría son hombres. Están convencidos de que no acaban con sus vidas, sino que pasan a otro nivel, al paraíso, en recompensa al daño que han causado al enemigo infiel. El momento de accionar la bomba es, para ellos, un momento de gloria”.
En sus recorridos por las distintas culturas mundiales Morris abrazó el feminismo: “Me quedé horrorizado del trato que recibe la mujer y me volví feminista. En Occidente hemos resuelto la cuestión del género, pero en la mitad del mundo, y quizá hasta en tres cuartas partes del planeta, la mujer vive aún en condiciones precarias. Se le trata como ciudadana de segunda clase cuando la igualdad es un derecho genético. Es más, en la evolución, la mujer ocupaba el centro de la sociedad, y el hombre, la periferia. Si el poder eclesiástico estuviera vetado al hombre, nos iría mejor. Los líderes religiosos siempre son hombres y son ellos quienes imponen el poder masculino y hacen sufrir a las mujeres. El equivalente femenino al fanático religioso es la monja”.
Hay muchos ejemplos de la supresión de la mujer. El zoólogo entresaca a las culturas mediterráneas que encierran a sus mujeres en los confines del hogar familiar o las musulmanas que cubren sus cuerpos de la cabeza a los pies. “En estas culturas, la mujer se ha convertido en propiedad privada del marido. Revela una terrible debilidad, puesto que la única forma en la que el marido puede retener a su esposa en un vínculo de pareja es escondiéndola de los demás, en vez de queriéndola”.
“La cultura”, continúa, “siempre interfiere en los signos biológicos. Se modifican casi todas las partes del cuerpo femenino, ya sea reforzando el contorno de los labios, perforando las orejas, agrandando el pecho, aplastando las puntas de los pies para empequeñecerlos… Y lo que es una mejora para una cultura, otras la rechazan. Con frecuencia las mejoras son simples exageraciones de las señales biológicas y, en otros casos, dichas señales se suprimen”.
Morris aún mantiene su optimismo en la especie humana, pese a que aventura nuestra autodestrucción y una ruptura brusca de la cadena evolutiva. “Estamos causando tanto daño al medio ambiente que no creo que evolucionemos suavemente hacia otra especie. El daño será de tal magnitud que nos exterminaremos casi por completo. Nuestro propio éxito nos matará. Habrá epidemias y un colosal atasco global humano. No necesitamos un meteoro; nosotros somos el meteoro. Sobrevivirán muy pocos y serán ellos quienes comiencen de nuevo. Afortunadamente somos muy inteligentes, creativos e imaginativos y la reconstrucción será rápida”.

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