miércoles, febrero 16, 2011

RELIGIÓN La obispa que bebió. LAURA LUCCHINI

RELIGIÓN La obispa que bebió. LAURA LUCCHINI DOMINGO - 07-03-2010 foto: Margot Kässmann
AP | Margot Kässmann, a la salida de un cementerio de Hannover en enero de 2008.


La líder de la Iglesia evangélica en
Alemania dimitió tras conocerse que triplicó la tasa de alcoholemia. Muchas voces creen que se la juzgó con más dureza por ser mujer. ¿Hubo sexismo?
El pasado octubre, Margot Kässmann, entonces obispa protestante de la Iglesia de Hannover, logró lo que nunca antes una mujer había conseguido: con un voto unánime y la bendición de la prensa encantada por su carisma, fue elegida líder de la Iglesia evangélica en Alemania (EKD), una institución que reúne al 30% de la población. Nadie se imaginaba, entonces, que su mandato iba a durar tan sólo cuatro meses. La semana pasada, Kässmann dimitió. Cuatro días después de que la policía la parara ebria conduciendo su coche particular, consideró que no tenía "la autoridad moral para seguir en el cargo". El acontecimiento abrió un amplio debate en Alemania acerca del sexismo y de la "tolerancia cero" de la Iglesia.
Margot Kässmann, de 51 años, divorciada, con cuatro hijos y autora de un libro acerca de la crisis de la mediana edad en las mujeres y de su personal experiencia en la lucha contra el cáncer de mama, se había convertido en octubre en la "estrella pop de la Iglesia evangélica", en palabras del semanal Der Spiegel. En años de constantes pérdidas de fieles, Kässmann, además de gozar de amplio respaldo por ser una reputada teóloga, tenía que traer consigo aire fresco y adhesiones entre los jóvenes.
Al recibir la noticia de su nombramiento en octubre, dijo a la prensa alemana: "Mis hijos son mayores, y mi perro, anciano", para indicar que ya tenía tiempo suficiente para ocuparse de 25 millones de fieles. Su discurso directo, sus tomas de posición fuertes, el apoyo de muchos, también fuera de la Iglesia, y las críticas de cierta parte de las jerarquías eclesiásticas, así como de los políticos conservadores, le garantizaron una presencia constante en los medios.
Habló sin restricciones sobre varios temas sensibles. Criticó, por ejemplo, la enseñanza católica acerca de la prevención del sida en África. Asimismo, condenó las posiciones católicas sobre los homosexuales y el celibato. Sin embargo, las palabras que tuvieron más eco fueron las de su sermón de Año Nuevo, cuando pidió la retirada de las tropas alemanas desde Afganistán. "Los soldados alemanes deberían ser retirados cuanto antes", dijo.
Su posición era una de las más importantes en Alemania. Para su país representaba una autoridad moral superior a la de cualquier otro. Sin embargo, hace dos semanas, un sábado por la noche, se portó como cualquier ciudadano de a pie. Tomó alcohol en una cena, agarró su coche Volkswagen Phaeton y se dirigió hacia su casa sin pensar que quizá sería mejor llamar a un taxi. Cuando la policía la paró, acababa de saltarse un semáforo rojo y conducía al doble de la velocidad permitida. Por estas dos razones fue sometida a una prueba de alcoholemia y resultó tener 1,54 miligramos de alcohol en la sangre, equivalente a más de tres veces el límite permitido (0,5 miligramos), "un nivel totalmente incompatible" con la conducción de un coche, según señaló la policía.
La publicación de la noticia originó un inmediato revuelo en la prensa alemana que, por lo general, más allá del color político, condenó el error de Kässmann, pero no pidió su dimisión. A su vez, el Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD), formado por 14 miembros, se reunió de forma urgente y formuló un comunicado oficial en el que extendió su apoyo unánime y su plena confianza en la obispa: "En una confianza incondicional, la Iglesia Evangélica remite a la presidenta la decisión acerca del camino que hay que tomar". Aunque se trataba de un mensaje de apoyo, sonaba ya como un adelanto de su dimisión.
Pragmática y concisa, tal y como aceptó su compromiso, en una rueda de prensa de seis minutos, Kässmann dimitió de los dos cargos que detentaba: obispa de Hannover y presidenta de la Iglesia evangélica. "Mi corazón me dice con toda claridad que no puedo mantenerme en el cargo con la suficiente autoridad", declaró Kässmann en Hannover. "Cometí un grave error y me arrepiento de ello". Además, Kässmann dijo haber aprendido que "no se puede caer más abajo que en las manos del Señor". Pocos días después fue reemplazada por Nikolaus Schneider, un hombre.
El asunto se convirtió pronto en un debate de género dentro de la Iglesia. "Las mujeres se encuentran todavía siempre en un papel de pioneras", asegura Barbel Wartemberger-Potter, ex obispa de Schleswig-Holstein Lübeck, tercera mujer en Alemania que alcanza tales niveles dentro de las jerarquías. "No tenemos aún el derecho de cometer tantos errores como nuestros colegas hombres. (...) Las mujeres tienen menos experiencia con el éxito y el fracaso. No se pueden permitir errores. Todavía hay grupos en la Iglesia que no reconocen a las mujeres en posiciones de liderazgo".
Para las mujeres en la Iglesia, las dimisiones suponen una pérdida enorme. "Su renuncia representa una pérdida también para muchas mujeres en otras iglesias, quienes, en la elección de Margot Kässmann como jefa de la Iglesia evangélica, vieron un ejemplo de coraje para el progreso en sus propias iglesias", explica en una entrevista por correo electrónico Brunhilde Raiser, presidenta de las Mujeres Evangélicas de Alemania.
"Todavía ahora las mujeres son evaluadas con una escala distinta de la de los hombres. La pública agitación por el comportamiento errado de Margot Kässmann fue mucho más exagerada que la referida a pasadas experiencias análogas que tuvieron como protagonistas a funcionarios hombres".
No todos están de acuerdo. En un comentario muy duro publicado en Der Spiegel, el teólogo Markus Becker insistió en que un nivel de 1,54 de alcohol en la sangre no significa una copa de más, sino "una botella de más". Recordó la gravedad del delito en un país que el año pasado registró 400 muertes por accidentes en la carretera, y dijo que el sexismo, que sin duda es un problema de las iglesias alemanas, no tiene absolutamente nada que ver con el caso de Kässmann. Un análisis sexista que, según él, "no sólo es un error, sino que también le quita a Kässmann el respeto que su decisión le ha granjeado".
El debate acerca del sexismo, la renuncia de Kässmann y el ruido que ésta causó se producen en un momento delicado para la imagen de los protestantes en Alemania: el mes pasado se produjeron varios escándalos de abusos sexuales en colegios. Ambos acontecimientos, a pesar de no tener nada en común, han alimentado un debate acerca de la necesidad (o no) de modelos morales sin manchas en la sociedad.
"Una sociedad sería más madura si no necesitara modelos de héroes impecables en su cabeza", escribía Markus Horeld en el semanal Die Zeit. "Sería deseable que las personas en los organismos directivos eclesiásticos pudieran tratar abiertamente con sus errores y defectos. Es lo que, precisamente, hizo Margot Kässmann con su asunción de culpabilidad", asegura Brunhilde Raiser.

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