viernes, diciembre 22, 2006

Politeísmo: Los dioses únicos, además de tener vocación universal, generan visiones del mundo absolutas y maniqueas... y guerras santas

22/12/2006 JOSÉ ÁNGEL Bergua Sociólogo

Se dice que la civilización occidental ha logrado desembarazarse de sus antiguas ataduras religiosas. No es cierto. Gran parte de las instituciones y creencias occidentales son el resultado de nuestro pasado religioso. En efecto, como sabemos desde Weber, el capitalismo no hubiera podido aparecer sin la clase de subjetividad que había contribuido a forjar el protestantismo. Por otro lado, la misma Reforma Protestante, al defender la libertad de los fieles para interpretar los textos sagrados, permitió la aparición del individuo libre sobre el que luego se ha levantado la democracia moderna. Por lo tanto, la religión forma parte de los cimientos de dos de las más importantes instituciones de Occidente: el capitalismo y la democracia. Tiene pues razón el psicoanálisis. Dios no ha muerto, simplemente se ha vuelto inconsciente.

De lo anterior se deduce que las civilizaciones que se han levantado sobre otros suelos religiosos podrían alumbrar experiencias económicas y políticas distintas a las nuestras. De hecho, es lo que viene intentando buena parte del reformismo musulmán desde hace tiempo. Le gustaría, por ejemplo, crear una democracia que diera más valor a la comunidad. También querría una economía que funcionara con bancos que no invirtieran en negocios considerados impuros y que dieran préstamos sin interés. El problema es que la vocación universalista de Occidente ha frustrado, en gran medida, esos y otros deseos. Y esto porque nuestro mundo nunca se ha contentado con vencer. También ha querido convencer: que el vencido asumiera como propias y de sentido común nuestras creencias e instituciones. Este universalismo laico es prácticamente un calco del cristiano. Y el mundo musulmán también ha sentido la necesidad de exportar sus propias creencias. La colisión de ambos impulsos misioneros ha dado lugar a un abanico de conflictos repartidos por el planeta. Según esto no sería arriesgado concluir que gran parte de la culpa de la inestabilidad mundial la tienen las creencias, conscientes e inconscientes, de carácter monoteísta.

Los dioses únicos, además de tener vocación universal, generan visiones del mundo fundadas en verdades absolutas y de carácter maniqueísta que desembocan, invariablemente, en Cruzadas contra el Mal. También instauran relaciones jerárquicas con sus fieles basadas en la deuda. Como decía Santo Tomás, "el hombre no puede devolver a Dios nada que no le deba ya, jamás saldará su deuda". El "pecado original" es la traducción moral de esta deuda impagable. Las religiones politeístas, por el contrario, tienen visiones pluralistas del mundo y relacionan el bien y el mal de un modo más complejo. Además, no hay jerarquía ni deudas que vinculen a hombres y dioses. Ambos, tienen la obligación de dar y el derecho de recibir. Por eso dice el Bahagavad Gita, uno de los textos canónicos del hinduismo, que "por medio del sacrificio alimentas a los dioses y por él los dioses te alimentan a ti". El taoísmo, por su parte, supone que sus 36.000 dioses son simples engranajes de una compleja organización en la que no deben inmiscuirse porque marcha sola.
A pesar de que el monoteísmo y sus derivaciones laicas tiendan a conducir la vida de la humanidad, eso no quiere decir que el politeísmo haya desaparecido. En India y China, por ejemplo, sus gentes son mayoritariamente politeístas. Pero es que, aunque sea de un modo informal o clandestino, el politeísmo también ha continuado funcionando en el interior mismo de las grandes civilizaciones monoteístas. En efecto, como demuestra la historia del cristianismo, si ha sido capaz de sobrevivir es porque ha permitido que se mantengan en su seno distintas clases de religiosidades antiguas con sus correspondientes dioses (o santos, que es como prefiere llamarlos el orden oficial). Esas religiosidades han sobrevivido incluso al laicismo moderno.
Dentro del politeísmo, los más intensos encuentros entre fieles y dioses tienen lugar en las fiestas. Decía Bataille de ellas que su esencia es la de cultivar el exceso. En efecto, del mismo modo que la naturaleza derrocha ingentes cantidades de vida, así los humanos nos solemos entregar a exuberantes fiestas tan inútiles como placenteras. El juego, el arte y el erotismo, tienen características idénticas. Pero es que este exceso de vida también lo podemos observar a diario en la proliferación gratuita de opiniones, estilos de vida, estéticas, etc. Visto desde este flanco, lo social se parece a una eterna primavera en la que no cesa de florecer cualquier clase de actividad. De ahí el consejo de Pessoa: "¡Sé plural, como el universo!".
LA FIESTA, el juego, la risa y, en general, lo lúdico, permitieron crear en la Edad Media una cosmovisión plural del mundo de la que fueron magníficos ejemplos las fiestas de los Locos, la del Asno, la de San Vito o San Juan, Santa Águeda, las risas Pascual o Navideña, los Carnavales, etc. Personajes como Gargatúa, Don Quijote e incluso Hamlet son descendientes de esa comicidad y locura medievales con las que se celebraba la pluralidad. En las saturnales romanas y las celebraciones dionisíacas de los griegos ocurría lo mismo. Más cerca de nosotros tampoco hay que olvidar a los románticos y malditos que, obedeciendo a William Blake, frecuentan los caminos del exceso para alcanzar la sabiduría.
Las fiestas que se avecinan son otro buen ejemplo de vocación politeísta. Alguna, como Nochebuena, tiene un claro origen pagano. Otras, como los Inocentes y Reyes, han sido definitivamente ganadas al cristianismo. Finalmente está Nochevieja, que se sostiene desnuda y directamente sobre el "deseo de fiesta". Todas estimulan diferentes aspectos de la condición humana y son, a pesar de los esfuerzos del cristianismo por bautizarlas, claramente paganas. Lo son porque cultivan el exceso y celebran la pluralidad. Mientras los monoteísmos laicos o religiosos no cesan de reducir, jerarquizar y moralizar la existencia, hay una pulsión politeísta que permite recuperar la diversidad. Gracias a esa pulsión la vida es más sostenible. De modo que ¡Felices (y paganas) fiestas!.

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